El último regreso de la casa embrujada
Está bien que Actividad paranormal (la 2, sobre todo) está lejos de haber inventado las casas poseídas, los niños como presas favoritas del mal, la fatal transmisión de una maldición de una generación a otra, y hasta las cámaras de vigilancia como modo de ver lo que a ojo desnudo no hay forma de ver. Pero que todo eso reaparezca aquí, y que uno de los productores de esta película sea Oren Peli (creador y detentatario de aquella franquicia) hace pensar que un par de ideas pasaron –en esa licuadora en permanente play que es el Hollywood contemporáneo– de una película a otra. Bah, en realidad un montón de ideas de un montón de películas vinieron a parar a esta suerte de pararrayos de tormentas de ideas ajenas que es La noche del demonio, escrita por Leigh Whannell y dirigida por James Wan. Creadores –responsables, si se prefiere un término más jurídico– de la serie Saw. O El juego del miedo, como se la conoce aquí.
En realidad no tiene nada que ver Insidious (título original de esta película) con El juego del miedo. Serie de la que Wan dirigió sólo la primera, valga la aclaración, reservándose el rol de productor de todas las demás. El hecho es que La noche del demonio no se basa en el despliegue de una infinita gama de sofisticadísimas torturas como en aquélla sino que se trata de algo más clásico, noble y también remanido, cómo no: el motivo de la casa embrujada. Los Lambert no terminan de acomodar sus pertenencias en la nueva casa de los suburbios, que las puertas empiezan a abrirse y a cerrarse solas, ruidos raros empiezan a oírse en la habitación del pequeño Dalton y mamá Renai (Rose Byrne) llega a ver incluso (o cree ver: esa duda es esencial para crear una zona de ambigüedad, antes de jugar de lleno la carta sobrenatural) a algún desconocido amenazante detrás de las cortinas. Aunque papá Josh (el gran Patrick Wilson, un aporte siempre valioso) no termina de creerle del todo a su mujercita (otro clásico), cuando el niño sufre un grave accidente y hay mudanza (algo no tan clásico). Pero la mudanza no resuelve nada. “No es la casa la que está maldita sino una persona”, dice alguien, mirando fijo a uno de los presentes... Brrrr.
La noche del demonio es una película poseída por otras. Además de las nombradas, deberían anotarse El horror de Amityville (la idea de la casa embrujada), Poltergeist (la médium que viene a desencadenar fuerzas ocultas), The Haunting (los técnicos que miden el más allá con toda clase de aparatitos, las sesiones de espiritismo) y hasta Los cazafantasmas (los profesionales en lidiar con lo que está del otro lado) y, tal vez, el film italiano El más allá, a partir del momento en el que el cuerpo astral de uno de los Lambert (esa teoría sostiene la película) es proyectado a una zona oscura y tenebrosa, definitivamente no de este mundo. A la salida de la privada de prensa cundían los comentarios indignados, por suponer que a partir de determinado momento la película se va, con perdón por el juego de palabras, al demonio. Ese momento lo marcaría la aparición del par de cazafantasmas (uno de ellos es el guionista, Leigh Whannell), dúo cómico que por el contrario le da a la película, según este cronista, un bienvenido componente de humor: nada más ridículo que una película berreta que se toma en serio. Y ésta lo es, como lo confirma esa sesión de espiritismo con máscaras de gas (¡qué idea!) o esa última parte, llena de gente pintarrajeada, que no asusta mucho. Pero tiene clima toda esa excursión al más allá, y eso no es algo de lo que muchas películas puedan vanagloriarse.