Adivina quién vino
Los jóvenes profesionales Josh (Patrick Wilson) y Renai Lambert (Rose Byrne) se mudan junto con sus tres hijos a una casa nueva en los suburbios. Al poco tiempo de llegados, Renai intuye que algo anda mal entre estos muros y casi de inmediato uno de los niños, Dalton (Ty Simpkin) cae en una especie de coma a raíz de un accidente doméstico. A partir de allí, las situaciones misteriosas no darán tregua a la familia. Objetos que cambian de lugar, espectros y oscuros rincones donde se ocultan misterios que no alcanzan a ser explicados racionalmente obsesionan a Renai, aunque su esposo se empeña en no creerle. Mientras la familia busca sobrevivir a la fatalidad que se abatió sobre uno de sus miembros, Renai pronto se da cuenta que hay mucho más en juego que la vida de Dalton, y que una serie de espíritus malignos los usan como terreno de batalla.
Con elementos que conjugan lo más habitual del género, el director James Wan y su guionista Leigh Whannell se reúnen otra vez para construir un filme que no decepcionará a los más consuetudinarios fanáticos del cine de terror y tampoco a aquellos que se acercan a estos filmes sólo ocasionalmente, a la espera de encontrarle la vuelta al clásico.
Sin grandes despliegues de originalidad en su planteo, ya que la estructura es conocida (familia se muda a una casa nueva donde comienzan a suceder extraños fenómenos que giran preferentemente en torno a alguno de sus integrantes), los conflictos devienen un poco trillados hacia la mitad y el final de la película, en detrimento del crescendo inicial.
Wan, que no en vano dirigió la primera y mejor entrega de la saga "El juego del miedo", maneja como pocos los climas y el suspenso necesarios para mantener en vilo al espectador, enganchado en una trama a la que los clichés le juegan en contra, pero que en su conjunto resulta disfrutable. Queda de sobra demostrado que para que una película de terror sea efectiva, no es necesario el gore en exceso: el terror es un género que puede sobrevivir al golpe de efecto y el exceso de sangre. También, que un clásico como "Poltergeist" puede dar de comer a varias generaciones de cineastas, tres décadas después de su estreno.