Josh (Patrick Wilson) y Renai (Rose Byrne) conforman un matrimonio que, junto a sus tres pequeños hijos, acaban de mudarse, rebosantes de alegría y llenos de esperanza en el futuro, a una hermosa casa de grandes dimensiones con un aún más hermoso jardín, la cual –en la vida real- jamás podrían permitirse un maestro de escuela y su sub-artista esposa.
Pero La Noche del Demonio no es la vida real sino una película, y la bucólica escena recien descrita se verá transgredida por una sucesión de hechos aterradores que acosarán a la familia Lambert y obnubilarán sus vidas, tornando así sus amplias sonrisas en aterradoras muecas de espanto y desesperación. Porque La Noche del Demonio, no es una película a secas; es una película de terror (como bien puede adivinarse en tres cuartos de segundo luego de haber leído el título de la misma).
Evolucionando por sobre las obviedades y los párrafos que no aportan nada a aquel espectador en potencia, ávido de degustar una buena película de terror, y a modo de favor hacia él afirmaré, a fin de ahorrarle los siguientes párrafos de crítica, que La Noche del Demonio es un decente film de terror (aunque es probable que mis palabras sean totalmente vanas, y el ficticio lector no sea tal y haya hecho girar la rueda central del mouse a toda velocidad para ver cuántas butacas le concedo al film obviando la totalidad de mis palabras).
Pero “decente” para una película de terror, a esta altura del partido, es una calificación holgadamente superior al 83% de la totalidad de películas de terror que se estrenan cada año. Lo que, sin dudas, es una buena noticia. Buena noticia para mí, para los amantes del terror, para el “lector” que no me lee, para los productores –dada la jugosa taquilla cosechada en las boleterías de los Estados Unidos- y, sobre todo, para James Wan, su director.
Wan, también director de la buena El Juego del Miedo, la correcta Dead Silence, y la nociva Sentencia de Muerte, realiza en La Noche del Demonio su mejor labor tras las cámaras, y casi, su mejor película.
Desde la magnífica secuencia de títulos se percibe el mimo con el que Wan ha tratado la ambientación del film, espectral y perturbadora; y la decisión, muy acertada, de colocar al espectador en una correcta sintonía con respecto a aquello que verá, cómo debe disponerse y cómo debe observar aquellos fotogramas que se sucederán ante sus ojos durante algo más de hora y media.
Todo en esta película se encuentra al servicio de lograr esa ambientación que mantenga en vilo al espectador y, sin llegar a asustarlo, le genere cierta incomodidad. Queda esto patente en la utilización progresiva de la fotografía yuxtapuesta a la evolución de los núcleos narrativos (luego del primer punto de giro los colores pierden en saturación para acentuar aquello que los personajes experimentan), la aparición en cada plano de tonos fríos y cálidos (a fin remarcar la lucha entre el bien y el mal que se sucede durante todo el film), una utilización constante de elementos propios del cine de terror de la década de 1980, y una correcta utilización de los silencios, golpes de sonido y demás elementos sonoros.
Pero James Wan comete un error muy grande que lastra de manera bestial gran parte de lo logrado a través de la tan cuidada ambientación. El error de Wan consiste en colocar escenas cómicas a partir de la hora de película con el fin de, supongo, alivianar la tensión en el espectador, para luego volver al tono terrorífico. El problema de esto no radica en si resultan graciosas o no (lo resultan), sino en que el director genera un corrimiento de género de una manera totalmente abrupta, generando un choque de emociones en el espectador que no terminan de coaccionar. El resultado es similar a lo que podría experimentarse si, cada vez que Michael Mayers atrapara a sus víctimas, se quitara la máscara y le sacara la lengua y se pusiera a hacerle morisquetas con el rostro al asustado adolescente/nerd fofo/mal padre/prostituta/personaje prescindible de turno.
En el plano actoral la película raya a buen nivel, con una siempre elegante Rose Byrne, un correcto Patrick Wilson, una versión contenida de Barbara Hershey, Lin Hay (uno de los elementos propios de las películas de terror de los ’80 que mencioné antes) y una extraña versión de Alejandro Apo interpretada por Angus Sampson.
Recapitulando, La Noche del Demonio es una buena película de terror, con algunos errores muy grandes y totalmente innecesarios que terminan por restarle grandes enteros a la película, la cual, aunque en los tramos finales vuelve a ser lo que era en el comienzo y nos regala un buen clímax, no logra despojarse del mal ya hecho; estigma que permanecerá en la mente del espectador una vez abandone la sala del cine.
Sin dudas una demostración de, aunque realice películas de calidad decente-buena, James Wan aún está verde para manejar determinados elementos propios de lo audiovisual y, sobre todo, que no es Sam Raimi.