Un experimento estereotipado
La historia de la ruptura de una pareja gay es más un ejercicio fragmentario que una trama cerrada.
La apuesta estética, el ritmo, la intención de espejar en una fugaz relación de pareja todo un submundo y su endeblez de vínculos, convierten a La noche del lobo más en un ejercicio experimental y fragmentario que en una trama cerrada. Quizá sea esa la intención de Diego Schipani, el director, que juega con traer a la superficie los códigos, los clichés y cierto reviente de la noche gay porteña.
Se ampara para ello en un dato mínimo, la ruptura de una pareja. Una mañana, Pablo (Nahuel Mutti) echa de su casa a Ulises (Tom Middleton), su compañero más joven, que ingresa inmediatamente en un estado de desesperación por la ruptura. Vemos personajes afectados. En pose permanente. Una venganza escatológica, algunos toques de un humor, y el derrape inevitable hacia una noche de descontrol, matizada con citas a los franceses Jean Genet y Marcel Proust.
El contraste con semejantes monstruos, autores, suena pretencioso. También hay un exceso de cosificación (que suma mala prensa y existe desde siempre en las relaciones humanas) con primeros planos que poco aportan, y es que la película está apuntada a una comunidad, a un público, que le resta amplitud de perspectivas. Como también le resta ritmo esa sucesión de flashbacks que funcionan a manera de resumen de la curiosa relación que construyeron los protagonistas y que ya se quebró.
Más allá de algunos aciertos, actores y escenas logradas, este paseo por la noche gay, sus personajes marginales, discotecas, levantes y códigos parece muy poco a esta altura del partido. Apenas asoma la idea del chico lindo que choca en todos lados y esa persecución a manera de juego que animan los protagonistas, la posibilidad del reencuentro, su necesidad extrema de seguir buscándose.