"La noche mágica", entre la pesadilla y la fábula (anti)navideña
El film, que tiene estreno en salas, opta por el camino más ripioso ante cada encrucijada posible. Negrísima durante sus primeros dos tercios, incluye varios pasos de comedia absurda notables.
La industria audiovisual argentina sale con los tapones de punta a recuperar el espacio perdido en las salas luego del cierre XXL obligado por la pandemia de Covid-19 con la producción local de aspiraciones mainstream más arriesgada desde La cordillera, de Santiago Mitre. En la película ambientada en una cumbre presidencial en Chile había un arco dramático no conclusivo que coqueteaba con la fantasía oscura y dejaba a aquellos espectadores (mal) acostumbrados a películas cerradas y abrochadas con moñito preguntándose qué era lo que acababan de ver. Las cosas son más unívocas en La noche mágica, menos adaptables a interpretaciones distintas de las que propone el guion escrito a cuatro manos por Javier Castro Albano y Gastón Portal, que aquí hace su debut en la realización de largometrajes luego de décadas dedicado a producción y dirección de contenidos para la pantalla chica. El riesgo surge por oposición: si la búsqueda de masividad se traduce en concesiones, tranquilidad y abstracciones marcianas por las que pocas películas argentinas de esta envergadura parecen transcurrir en la Argentina, La noche mágica opta por el camino más ripioso ante cada encrucijada posible.
La película de Portal tiene un tono extrañísimo, partes iguales de pesadilla y fábula (anti) navideña, y propone un menú cuyo postre es una cazuela de incomodidad. Durante los créditos finales, llega el retrogusto con la pregunta por la pertinencia de esa incomodidad: ¿se trata de una consecuencia verosímil del desarrollo narrativo o un golpe de efecto por debajo del cinturón, una manera burda y talibán de autocolgarse el cartel de película que habla de “cosas importantes”? La báscula se inclina hacia la segunda opción, aunque no deja de ser una buena noticia una apuesta de este tipo en un contexto donde correrse de lo esperable, coquetear con el filo de los límites, puede ser castigado con el menosprecio o la cancelación, una tendencia cada vez más peligrosa que abarca desde actrices, actores y directores hasta personajes históricos de la animación (allí está Pepe Le Pew como flamante ejemplo).
La incomodidad muestra todos los dientes durante una revelación en el último acto que no conviene contar, más allá de que una imagen previa –bastante subrayada, por cierto– se encargó de encauzar la subjetividad hacia la suposición de que hay otros motivos operando como motor de las acciones de uno de los personajes centrales. Concentradísima en tiempo y espacio -todo transcurre en un par de horas y en una misma locación, un lujoso caserón de San Isidro-, La noche mágica tiene mucho de noche pero poco de magia, al menos para los cuatro protagonistas adultos. No así para la más chica, que ve cómo ante sus ojos se materializa el sueño de todo sub-10: el mismísimo Papá Noel llega hasta su habitación para una visita personalizada en vísperas de Navidad. No puede saber que el hombre de barba y cabellera canosa es un experimentado ladrón de guante blanco llamado Nicola (Diego Peretti). Menos que no fue hasta ahí por ella sino para concretar un atraco y que, en lugar de la chimenea, entró por la ventana de la habitación de papá Juan (Esteban Bigliardi) y mamá Kira (Natalia Oreiro).
Pero cuando Nicola asomó al balcón, Kira no estaba acostada con Juan: entre las sábanas retozaba Cachete (Pablo Rago con bigote de camionero redneck yanqui), el mejor amigo de él y padrino de la nena, que ante el arribo prematuro del marido escapa, como típico pata de lana, por la ventana. La secuencia culmina con pareja y amante maniatados en la habitación, y la promesa de Nicola de que todo terminará pronto. Algo que obviamente no ocurrirá, por varias razones. Negrísima durante sus primeros dos tercios, La noche mágica incluye varios pasos de comedia absurda notables, como aquel con una empleada doméstica con características de zombie, y otros a cargo de un Peretti cada vez más infalible en el manejo del humor antigestual, de expresiones mínimas. La última parte queda reservada para un abrupto e inesperado cambio de enfoque y tono, del que cada quien determinará su valía.