Si no fuera porque se trata de una película sólo apta para mayores de 16, el afiche de La noche mágica llevaría a pensar que estamos ante una comedia familiar navideña. Ahí se ve a una dupla probada de comediantes (Natalia Oreiro y Diego Peretti, él con un gorro símil Papá Noel), entre ambos una niña sonriente, una estrella fugaz y el lema “Cambió robar por cumplir deseos”. Pero la opera prima de Gastón Portal busca desconcertar.
El comienzo parece apuntar en la dirección de los enredos. En las horas previas a Nochebuena, un hombre (Pablo Rago) sale semidesnudo al balcón terraza de la casa de su amante (Oreiro) porque el marido de la mujer (Esteban Bigliardi) llegó antes de lo previsto. Pero una vez afuera es sorprendido por un ladrón (Peretti) que está a punto de entrar a robar a la casa, y que lo obliga a ser cómplice en el atraco. Así que entran juntos y encañonan a la pareja.
El clima olmedo-porcelesco pronto se empieza a disipar porque el delincuente da señales de no ser tan simpático ni inofensivo como lucía a primera vista. A medida de que ese hombre que podíamos confundir con el querible ladrón de El robo del siglo se va pareciendo más a uno de los psicópatas de Funny Games, la comedia se oscurece hasta dejar de serlo casi por completo.
La tensión aumenta cuando entra en juego la nena de la casa (la debutante Isabella Palópoli), que por aquel gorro rojo del afiche confunde al ladrón con Papá Noel y le pide que le cumpla su lista de deseos. Lo que sigue es una contracara de Mi pobre angelito: una niña y un ladrón en una casa para ellos solos (los adultos son rehenes en su dormitorio), pero en este caso aliados en las travesuras.
La audaz mezcla de géneros se complica cuando sobre el guion empiezan a soplar los vientos de la época y la pretensión de dejar sentadas posturas sobre grandes temas. Porque lo que hace el personaje de Peretti es funcionar como un lente de aumento sobre los problemas matrimoniales de la pareja de dueños de casa. Y, en épocas en que la violencia de género está al tope de la agenda pública, resulta que el marido es un machirulo maltratador.
Esto es subrayado una y otra vez no sólo mediante su actitud durante esta larga noche sino también con flashbacks y hasta un video casero. A esta altura, el suspenso es más efectivo que los chistes negros, pero si nada termina de funcionar, otros bocadillos de reflexión social -hay un par de ironías sobre la pequeña burguesía, las diferencias de clase, el esnobismo en el arte moderno- vuelven todo demasiado ambicioso.
Cuanto más ahonda en los mensajes morales, menos luce y más fallido resulta el saludable riesgo –infrecuente en el cine industrial, ya sea nacional o no- que tomaron Portal y su coguionista, Javier Castro Albano, al elegir este tono mixto, entre macabro y festivo al estilo de Parasite.
En el intento por sacar al espectador de su zona de confort y alejarse de los lugares comunes, La noche mágica pierde el rumbo. Y el desbarranque definitivo llega al final, cuando se banaliza un tema delicado en pos de conseguir un efecto sorpresivo. Así, más que perturbadora, la película termina resultando revulsiva en el peor de los sentidos.