Esta opera prima del productor y director de televisión argentino Gastón Portal se ubica en la línea de los primeros filmes que se estrenan abriendo las salas de cine luego de un duro año de receso y cierre de todas las salas nacionales.
Con amplia trayectoria en el ámbito televisivo Portal se sumerge en su primer filme abordando una comedia protagonizada por dos figuras muy convocantes del cine comercial en la pantalla nacional, Diego Peretti y Natalia Oreiro.
Junto al guionista Javier Castro Albano – que tiene una vasta producción escribiendo series de tv como Babylon, Las 13 esposas de Wilson Fernández y O11CE – se unen para crear el guion de esta comedia negra, que mezcla el absurdo y el grotesco sumando tintes de melodrama y enlanzado la trama con golpe de efecto que aborda una temática coyuntural de áspera crítica social. El resultado de este guion ambicioso y arriesgado deja una huella despareja en la trama aun cuando se luce con varios intentos audaces de traernos a la pantalla de hoy un híbrido de géneros.
La historia se dispara de forma simple y casi liviana, mientras en la víspera de la navidad un amante (Pablo Rago) se escapa por la ventana de los brazos de su amada (Natalia Oreiro) un ladrón (Diego Peretti) intenta ingresar a la lujosa mansión conminando al prófugo amante, a hacerse cómplice del robo en ciernes. El ladrón barbudo y con gorro rojo –cual un falso Papá Noel– arrastra a Rago, ahora encapuchado y llamándose Napoleón, al interior de la casa donde el remate de la escena de comedia es que a la masión ha llegado el marido, encarnado por Esteban Bigliardi. Luego faltará presentar tres personajes más, Gladys la mucama, el guardia de seguridad, y la estrella del relato, la hija del matrimonio, la pequeña Alicia.
Es atípico e interesante que un filme nacional se enmarque en los relatos de comedia navideña, etiqueta con la que se puede vincular a títulos tan disímiles como Mi pobre angelito (Home Alone, Chris Columbus, 1990) o El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995). Así de distintas son las referencias que propongo, porque así de disímil es la yuxtaposición de tonos y estilos en el filme.
El disparador por un lado se nos propone en apariencia como ingenuo o light, pero al sesgo se observa que hay un camino hacia el absurdo/grotesco que intentará crecer a lo largo del relato. Este sesgo de género lleva una marca tanto en las situaciones dramáticas, como en algunos planos, de la evocativa impronta del poderoso realizador español, Alex de Iglesia y también la huella de su co-equiper y guionista Jorge Guerricaechevarría.
Ese ir hacia lo que bordea lo imposible, ese camino hacia el desborde, el exceso y la no verosimilitud realista dan vueltas por toda la película. Esa desmesura e imposibilidad van y vienen en el filme ante todo de la mano del ladrón y su comportamiento, que luego será enfatizado por el vínculo que Peretti –llamado Nicola– entabla con la pequeña Alicia.
Este ladrón con aura de redentor o justiciero familiar, también nos lleva a recordar en el otro extremo de las asociaciones al espíritu y los personajes de la afamada serie argentina Los simuladores, donde al fin de cuentas el dinero era secundario y todo arribaba en una suerte de altruismo justiciero donde se intentaba reparar y cambiar la vida de los otros.
En La noche mágica el camino al absurdo va chocando, al mismo tiempo, con una subtrama oscuramente dramática, densa, de corte realista y con carácter de denuncia que estalla al final de la historia. Tal vez una decisión controversial y extrema para un filme que ya ambiciona llevar al hombro muchos géneros.
A su vez hay un vaivén actoral que se da de manera evidente por los cambios de tono narrativo, en donde los actores van de lo cómico a lo dramático sin mucho sustento, generando climas ambiguos en las escenas de manera poco orgánica. Eso produce que lo cómico no crezca por la presencia del drama, o el drama no se cristaliza por los gags o pulsiones de la comedia.
No es solo el guion el responsable de las irregularidades del filme, sino también la puesta de cámara que navega entre planos de provocadora desfachatez con cuadros más televisivos que cinematográficos para el caso. Una ópera prima suele ser el momento donde se desea poner todo, literalmente todo, sobre la mesa, y esa intención muchas veces peca de perder de vista las jerarquías narrativas.
El filme, aun con sus imprecisiones y rupturas, propone algunas escenas atractivas, excesivas y lúdicas que nos permiten transitar varios momentos disfrutables e inesperados. Ojalá este intento primero del realizador argentino traiga nuevas propuestas para la pantalla nacional.