Pasión y compasión. Hay películas que sus directores concluyen después de haber sorteado gran cantidad de obstáculos y temores, piezas menores sostenidas por la indudable nobleza de sus intenciones y logros parciales que crecen si se consideran las limitaciones con las que fueron realizadas. La noche más fría responde un poco a esas características. Su director, Cristian Tapia Marchiori, es un joven nacido en la localidad cordobesa de Alta Gracia que vive en Pergamino, realizador de videoclips y publicidades desde hace poco más de una década, integrando a su crecimiento profesional estudios y trabajos junto a Sabrina Farji, Ramiro San Honorio y Aldo Romero. Para su primer largometraje recreó un patético caso real: el de un veterano de la guerra de Malvinas que no pudo reintegrarse a la sociedad y, alejado de su familia, sobrevivió como pudo, durmiendo en la calle y contando con la ayuda de algunos amigos.
Afrontando el desafío de su ópera prima con pasión, Tapia Marchiori convivió con gente en situación de calle, habló con ex combatientes, rastreó locaciones y se rodeó de un equipo competente.
Carlos, el personaje principal, es presentado a partir de detalles, después que la cámara se desliza en blandos travellings por una ciudad que parece Buenos Aires y recorre ligeramente una plaza ganada por un clima invernal. La calidad de la música de Emilio Kauderer (utilizada de manera algo invasiva) y de la fotografía de Claudio Perrín suman puntos, ya desde el comienzo.
Avanzada la película, Tapia Marchiori manifiesta mayor madurez como director que en su función de guionista, ya que se advierten algunos subrayados (un graffiti que explicita un mensaje, los recuerdos en voz alta del protagonista en determinado momento), de la misma manera en que aparecen simplificados los rasgos de algunos personajes. En todo el tramo final hubiera sido deseable una contención que apaciguara el desborde sensiblero, en tanto es desigual el desempeño de los actores, en lo que va del excelente Daniel Valenzuela y la entrega física de Juan Palomino (como Carlos) a un predicador poco convincente y algunos estereotipos.
Tal vez en la formación del joven cineasta falta contacto con películas más modernas (incluso de realizadores argentinos de su generación), que lo inspiren para canalizar de manera menos anacrónica su mirada compasiva sobre seres desprotegidos. Sin embargo, cuando Carlos está revisando su pie y la cámara se aleja suavemente (revelando que se encuentra acompañado por ocasionales curiosos), o cuando de improviso comienzan a escucharse fuegos artificiales en off, Tapia Marchiori logra efectos limpios, nada manipuladores, sin apelar a la palabra ni al énfasis musical. En ese sentido, debe destacarse también que consigue transmitir el espíritu melancólico de la ciudad nocturna en varios planos admirables.
Con ecos neorrealistas y comparable temáticamente con el cine que suele hacer Ken Loach, La noche más fría compromete al espectador a ver de manera diferente a las personas que suele encontrar durmiendo o pidiendo ayuda en cualquier calle de la ciudad. Encomiable logro, más aún en estos tiempos.