Hay un momento en Batman, El Caballero de la Noche, en que uno de los personajes comenta: "el villano tomó al mejor de nosotros y lo corrompió... lo hizo a su imagen y semejanza, convirtiéndolo en un asesino y manchando de sangre sus manos... arruinando toda su obra y todo lo bueno que había hecho con ella hasta ese momento". Algo de ello ocurre con Zero Dark Thirty, la crónica de Kathryn Bigelow sobre la cacería de ocho años del terrorista más buscado del mundo, Osama bin Laden. Ciertamente sería una ingenuidad afirmar que los norteamericanos nunca rompieron una regla para obtener lo que desean, pero da la impresión que - después del atentado del 11 de setiembre del 2001 - la furia del odio los ha llevado a descuidar los secretos y las apariencias, surgiendo a la luz numerosos hechos de violencia e intolerancia devenidos con todo el accionar militar que supuso la captura de bin Laden y la guerra contra el terrorismo. Mientras que la administración Bush erigió a los Estados Unidos como una especie de paladin implacable de la justicia frente al cual no había que interponerse - "ustedes están con nosotros y con Dios, o con los terroristas" -, lo cierto que semejante afirmación terminó por transformar a la causa yanqui en una especie de Jihad propia, antimusulmán e imperialista, desbordante de tonos facistoides e incapaz de reconocer cualquier tipo de límite - incluso los que intentó poner la administración Obama - que supusiera un freno al desbocado impulso de aplastar a un enemigo que no tiene forma ni color, y que yace en el anonimato.
Si bien La Noche Más Oscura es el relato de los hechos que culminaron con la captura y muerte de Osama bin Laden a manos de las fuerzas norteamericanas el 2 de Mayo del 2011, en realidad es la crónica de una guerra sucia entre facciones completamente amorales, las cuales se han valido de cualquier tipo de recurso - por bajo que sea - con tal de aplastar a su enemigo declarado.
Hay dos aspectos que hay que evaluar en La Noche Mas Oscura: el filme en sí, y la repercusión que genera. En el aspecto cinematográfico Zero Dark Thirty es un thriller competente, aunque no brillante - a final de cuentas, éste es un racconto de hecho históricos y no una trama procedente de la imaginación de un novelista de género, el cual la ha salpicado de sorpresas y vueltas de tuerca inesperadas como para "entretener" al público -. Ciertamente la directora Kathryn Bigelow se da maña para crear algunas secuencias de shock - en especial la escena en donde una cúpula de la CIA intenta reunirse con un infiltrado de Al Qaeda en un aeropuerto secreto en Afganistán; y, desde ya, la larga secuencia del copamiento de la mansión de bin Laden en Pakistán, la que ocupa prácticamente los mismos 25 minutos que duró el operativo en la vida real -, las cuales condimentan el relato; pero el resto de la historia no es mas que una sucesión de informaciones obtenidas en sesiones de torturas, en donde el testigo A dice una pista y van a torturar a B para confirmarla.... y pasan los años y se topan con el testigo C, al cual flagelan para obtener otro dato... y así sucesivamente. Acá la sorpresa pasa porque la modosita protagonista resulta ser un angel de corazón negro y duro, una persona capaz de presenciar (sin mosquearse) los actos mas violentos que se le puedan cometer a un ser humano en cautiverio. Mientras que la prensa norteamericana ha alabado el personaje de Maya - considerándola que es una especie de capitán Ahab, un individuo que ha abandonado todo de sí en pos del objetivo al que ha odiado toda su vida -, considerarla como un personaje salido de las páginas de un clásico tan noble como el Moby Dick de Herman Melville me suena perverso. Maya no es mas que una persona que ha transformado el sufrimiento humano en eficiencia operativa; quizás ella no aplica picanas ni le hace "submarinos" a los prisioneros, pero presencia las interminables sesiones de tortura con una actitud de completa indiferencia. La humanidad se ha muerto en ella, y mentalmente ha transformado a los presos en cosas: fuentes de información que sangran y a las cuales hay que arrancarle a golpes los datos, residiendo el misterio (y la demora del proceso) en hallar la parte del cuerpo (o de la mente) que resulta necesario presionar para liberarlos de las ataduras mentales y morales que los acallan. Como dice uno de los personajes, "frente a esta presión todos terminan por hablar; es una simple cuestión de biología".
Por el otro lado están las repercusiones del filme, en donde medio mundo ha salido a rasgarse las vestiduras y declarar que los procedimientos ilustrados en la película son falsos y mal intencionados, amén de acusar a Bigelow y su equipo de haber accedido a datos altamente clasificados sobre el operativo de búsqueda y captura de bin Laden. Hay algo sumamente hipócrita en negar que las fuerzas de seguridad hayan utilizado la tortura para obtener información clave: en el frío plano de la lógica, quizás no hubiera existido otro medio posible para conseguir pistas de la boca de gente tan convencida de la superioridad y justicia de su propia causa. Pero, por otro lado, este mismo argumento resulta tan brutal como inhumano, escondiendo a decenas de personas en cientos de lugares secretos alrededor de todo el mundo y sometiéndolos a torturas durante años y años. Eso ha transformado al reclamo por justicia de la nación norteamericana en algo sucio; primero en una venganza, y despues en una causa desbordante de odio, en donde los implicados se transforman en "objetos" carentes de humanidad y de derechos.
Si uno quiere, podría decir que el pueblo norteamericano ha vivido en una burbuja - sea por desconocimiento o por propia elección - durante todos estos años, engolosinados con las tonterías y el consumismo, y dejando de ver la realidad que ocurre a miles de kilómetros de sus hogares, en donde el gigantesco e implacable ejército nacional se dedica a aplastar los cráneos de los enemigos del estado y derroca gobiernos extranjeros para apoderarse de los recursos que resultaren necesarios para mantener el status quo de la sociedad yanqui. En tal sentido, La Noche Más Oscura supone un doloroso cachetazo en el rostro - admitir que el gobierno avala la tortura como metodología de interrogación no difiere demasiado del shock que tuvo la sociedad ingenua e idealista de la Norteamérica de los años 60, cuando descubrió que sus chicos eran masacrados de manera salvaje por los vietnamitas al otro lado del mundo, y que la nación invencible bien podía perder una guerra que le resultaba interminable y sangrienta; fue el final de los tiempos edulcorados a lo Doris Day, y marcó el inicio de una era de cinismo y descreimiento -, y la pone en el mismo plano que La Batalla de Argelia, aquel clásico de Gillo Pontecorvo que estremeció las pantallas del mundo en la década del 60. Por supuesto el filme de Pontecorvo planteaba otras premisas - una insurrección creciente e imparable, frente a la cual las fuerzas de seguridad debían apelar a los recursos más crueles e implacables - pero, en esencia, contenía el mismo mensaje: cuando el enemigo está empapado de idealismo, sólo puede ser quebrado a través de la tortura. El shock del filme de Pontecorvo residía en mostrarnos que las fuerzas de seguridad obtenían resultados gracias a su accionar sádico, una horrenda lección que pronto terminó por contagiarse al resto de los paises convulsionados por la guerrilla y las revueltas internas durante los acalorados años 60 y 70. Mientras que en dichos años los Estados Unidos vivían en su burbuja de idealismo y consumismo, el resto del mundo se ha desangrado en temibles guerras civiles, llenando cementerios enteros con los cadáveres que dejaron tanto los guerrilleros como el terrorismo de estado, y padeciendo interminables dictaduras militares. Es por todo esto - por lo mucho que pasamos nosotros, por lo poco que pasaron ellos - que su respuesta frente a la violencia que transpira Zero Dark Thirty es de una ingenuidad (o hipocresía, según cómo se mire) pasmosa. ¿Acaso creían que toda esta gente, cuando fuera capturada, iba a hablar con ellos y darles toda la información de buenas a primeras?.
La Noche Más Oscura es un buen filme, ni mas ni menos. La dirección es muy buena, las perfomances ok, pero el problema principal reside en el libreto, que es incapaz de darnos siquiera un personaje potable por el cual tomar partido, o al menos un atisbo de remordimiento frente a tanta crueldad desatada (ni siquiera el breve lloriqueo final de la protagonista alcanza a apaciguar el rechazo que nos genera; no es un rapto fugaz de humanidad sino un estertor de egoísmo, en donde el personaje piensa más en sí mismo - en todo lo que sacrificó, en su falta de metas después de haber apagado el infierno que la quemaba durante todos estos años - que en todas las vidas que arruinó y cegó debido a su larguísimo accionar amoral). Todos los caracteres están teñidos de gris oscuro y la protagonista, en particular, es despreciable - posiblemente el aspecto mas chocante sea que se trata de una mujer, ya que uno asocia mentalmente su genética a un ser comprensivo y maternal, una persona protectora y no violenta (por contra al desborde de testosterona propio del hombre) -. Todo esto transforma a Zero Dark Thirty en la crónica de un hecho sucio y desgraciado, un filme rodado por alguien con tanto talento que ha sabido mantener la objetividad frente a semejante espectáculo siniestro.