Una artesanal caza del terrorista
Aún cuando se hayan suscitado discusiones alrededor de las torturas contenidas en La noche más oscura, lo cierto también es que su retrato de la violencia escandaliza en un nivel más profundo. Tal vez remitido a la institucionalización que de su uso el film hace, donde el resultado obtenido -la resolución dramática- será consecuencia de un hacer necesario, más o menos violento, según corresponda.
La noche más oscura no sólo es la puesta en escena de la caza de Osama bin Laden, sino un segundo capítulo para la prédica de progresismo tibio de la oscarizada Kathryn Bigelow. Con Vivir al límite (2008), el retrato de un desactivador de bombas en Irak se disfrazaba de preocupación para glorificar la necesidad del héroe: psicópata o no, héroe al fin.
Ahora, los cowboys son más y nunca mejor retratados que durante el operativo final para dar con el jefe terrorista, para el cual los 120 primeros minutos nos preparan. Héroes de uniforme, multi armados, que son también correlato del torturador astuto, que sabe vestir de traje, con chistes intelectuales (Jason Clark): capaz de (casi) ahogar al prisionero, patearlo, trompearlo, sangrarlo, jugar con monitos, y entender el significado del término "tautología".
Señalar que el desarrollo del film responde a un ordenamiento secuencial preciso, precedido de subtítulos, con una construcción de personajes desde puntos suspensivos, con incorporación de grabaciones reales, de gradación dramática pausada, hasta una concreción última con dosis bélicas, de terror, casi ciencia ficción, no significa para este cronista estar en presencia de un gran film. Antes bien, y sin deshacer el nexo entre forma e ideología, La noche más oscura es un canto guerrero, de armonía norteamericana, con notas de "corrección política", ladrado hacia los cuatro vientos.
Habrá lugar para el repaso histórico y la necesidad de la acción, desde Bush a Obama: el primero desde alguna mención irónica a las armas nucleares fantasmas, el segundo desde la atención a su discurso de la no?tortura. En el medio, sujeta a los vaivenes políticos, la CIA y el comportamiento ejemplar de Maya (Jessica Chastain), eje del relato, responsable del descubrimiento y ajusticiamiento de bin Laden. Pero la mirada "crítica" hacia el funcionamiento de la CIA no significa su invalidación, sino una observación de burocracia inmanente. En donde puede que se requiera de medios difíciles, de muertes, abordados desde un fuera de campo impreciso: Guantánamo existe desde su pronunciación casual, así como ninguna bala "equivocada" será disparada por los soldados.
El film de Bigelow aplasta a otros, los ignora: desde Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, hasta Samarra (Redacted) de Brian De Palma, pasando por la sensibilidad justa de Vuelo 93, de Paul Greengrass. Cumple, de esta manera, un derrotero ya alertado intelectualmente, ahora con un ejemplo histórico: la muerte de un enemigo del Imperio presentada desde, primero, el rostro del presidente de Estados Unidos; segundo, desde el diseño de un film digital simulado; tercero, desde una película con nominaciones al Oscar.