La gran sorpresa del cine argentino de 2016 llega a las salas después de un exitoso paso por el BAFICI. El filme dirigido y protagonizado por Castro se centra en la vida nocturna de un solitario y angustiado personaje a través de un submundo de sexo, boliches y drogas en una desesperada búsqueda de afecto y contacto humano.
Como la película de Michelangelo Antonioni con la que comparte título, LA NOCHE de Castro es la crónica de una angustia, un cierto ennuicontemporáneo, pero con recursos formales muy diferentes –si no directamente opuestos– a los del maestro italiano y otra clase social como protagonista. Castro construye una épica cotidiana y nocturna de la vida de Martín, un ser solitario interpretado por él mismo que vive por la zona del Once y cuya principal actividad parece ser tener aventuras sexuales de todo tipo (con hombres, travestis, en tríos o grupos), consumir drogas (cocaína, preferentemente) y beber hasta regresar desmayado a su departamento casi todas las noches.
No se lo ve trabajar, no se sabe nada de su pasado (no hay traumas ni abandonos visibles) ni se conoce mucho de su actualidad fuera de “la noche” a lo largo de los 135 minutos que dura el filme. Castro se filma a sí mismo en puro tiempo presente: los diálogos son todos ligados a acciones concretas, puntuales y al grano (conseguir droga, comprar una camisa, mirar a Fantino en la tele, pedir otra cerveza y así) y jamás hacen referencia a nada que esté fuera de cuadro. Es la crónica de una serie de noches –de una vida o de una etapa en la vida– de un tipo, su amiga travesti Guadalupe y algunos seres más (interpretados por actores no profesionales y “gente de la noche”, digamos) en algunas zonas porteñas no particularmente fashion.
Castro no se anda con vueltas en su descripción de estas vidas en las que el sexo y las drogas son los ingredientes principales: nada se oculta ni se disimula pero tampoco se exhibe para la “explotación” o el escándalo. Es el retrato más sincero posible, casi documental, de lo que son esas noches largas, esas vidas tambaleantes, esos cuerpos imperfectos, ese devenir constante sin rumbo fijo. No se critica, no se juzga, no se celebra, ni se trata de escandalizar. Es lo que es, lo que hay, lo que se vive, lo que les pasa.
Con John Cassavetes como referente principal –y cierto cine francés y europeo más sexualmente franco, pero lejos de cualquier aroma a Gaspar Noé–, Castro construye un relato crudo y duro pero casi nunca sórdido: hay momentos de celebración, ternura y belleza (el final es conmovedor) y muy pocos momentos donde se vive al borde del miedo o el peligro. La larga duración de cada secuencia –en su mayoría sexuales– sirve, a lo sumo, para dejar en el espectador la sensación de cierto hartazgo y repetición, una soledad que el personaje tapa con sexo que en muchos momentos parece más compulsivo que disfrutable.
LA NOCHE podría claramente definirse como un tour de force personal –autoral y actoral– de Castro y de la otra estrella de la película que es Guadalupe (Dolores Guadalupe Olivares), la que finalmente resulta su gran (su única) compañera. Apoyándose entre sí en esos momentos de potencial crisis, los dos terminan constituyéndose en los Ratso y Joe Buck de esta versión hardcore y local de PERDIDOS EN LA NOCHE: se tienen el uno al otro y eso tal vez alcance para soportar la angustia y el frenesí de buscarle el sentido a este paso por el mundo.