BAFICI 2016: de noches, viajes y búsquedas. Un hombre de mediana edad y clase media va encontrándose con distintas personas a lo largo de una noche en la que se suceden encuentros sexuales, periplo que lleva adelante con más desapego que placer. La cámara en mano, el sonido real y cierta desprolijidad deliberada permiten que el espectador se involucre emocionalmente con el personaje, de quien nada se sabe: los universos de la familia y el trabajo permanecen olímpicamente fuera de campo. Su realismo semidocumental (el propio Castro encarna al protagonista) parece reversionar el estilo que cierto cine argentino viene desplegando desde Pizza, birra, faso (1998) en adelante, transmitiendo sensaciones contradictorias e imponiendo -por entre el morbo y la incomodidad- una persistente atmósfera de abatimiento y desolación. Mostrar a una travesti comiendo una pizza sobre la cama de una pensión mientras el televisor desprende su habitual griterío artificioso, o a una pareja pasando el rato en un bar sin nada importante de qué hablar, llevan a ese efecto de melancolía, esbozando las coordenadas de un micromundo desangelado, desprovisto del glamour con el que suele adornarse a personajes noctámbulos. Las recurrentes escenas explícitas de sexo oral y desnudos (más algún aditamento escatológico), sin la mediación de cuerpos esbeltos, transcurren de la misma desentendida manera con la que hombres y mujeres se mueven por este círculo vicioso: no habría por qué ver un mérito en esto, y al respecto vale la pena recordar el inteligente uso que han hecho de escenas de sexo explícito, por ejemplo, los franceses Patrice Chéreau (en Intimidad, 2001) o Alain Guiraudie (en El desconocido del lago, 2013). Aunque válido como experiencia, La noche resulta un film tan indeciso, marginal y falto de magia como su protagonista.