Fue el film del que más se habló en Bafici, y con razón, porque la película de Edgardo Castro consigue, con una audacia y una libertad inhabituales, mostrar un mundo que late por debajo de este, cuando las luces se apagan y los negocios cierran. En telos y bares oscuros, travestis, taxy boys, prostitutas, homosexuales solitarios comparten encuentros en un viaje hacia el fin de la noche. Hay mucho sexo explícito, que no está allí porque sí: ni para provocar burgueses ni para decorar vacíos. Y drogas, insomnio, y alcohol.
La Noche, de una honestidad brutal, construye con ese material un desolador relato de un hombre solo, de un mundo desesperado. De ahí, de esa gente rota, surge una poética sorprendente, hasta la emocionante escena final, que recuerda a alguna pintura de Edward Hopper, ese que retrataba gente sola, en bares vacíos, en el borde de la noche hacia el día. No será para cualquiera, pero es una gran película.