Todos los jueves a las 19, en el MALBA, se exhibe este film argentino, una reflexión sobre la tradición gauchesca narrada a través de la historia de amor de dos ancianos que viven en los cerros tucumanos.
En algún lugar recóndito de los cerros tucumanos viven Alba y Juan, una pareja de ancianos que responden a valores y costumbres de una tradición gauchesca que los trasciende. A esta altura de la vida, ya se han dicho todo, y el eco de sus voces resuena solo para dar órdenes a sus cabras o para repetir de memoria un sinfín de rimas antiguas del imaginario rural. LA NOSTALGIA DEL CENTAURO espía los días y las noches de esa vida taciturna, examina algunas particularidades (la relación entre el gaucho y los caballos), mientras captura la esencia de esa calma en cuadros bucólicos de una espectacularidad única, sin caer nunca en el pintoresquismo, y plasmando un puñado de imágenes espectrales que contienen en su singularidad toda la potencia del cine. La cámara de Nicolás Torchinsky explora en lugares y detalles recónditos, como buscando el secreto de cierta magia que, aunque rústica, va revelando su extraña belleza poco a poco, como esos árboles que se dejan ver cuando la niebla de la mañana se esfuma.
Torchinsky se acerca a ellos, en principio, desde la observación más pura y dura, con la cámara mirando de cerca sus cotidianas actividades y con una fotografía cuidada que va entregando casi delicados cuadros de la vida campera. Si bien por momentos se pasa de preciosista, pronto el film gira desde la observación hacia una intervención más directa, que se da a partir de algunas conversaciones entre ellos y una voz fuera de cuadro que, uno imagina, es la del realizador. Pese a algunos momentos un tanto excesivamente “pictóricos”, LA NOSTALGIA DEL CENTAURO permanece en la memoria como un retrato honesto y cercano de dos vidas alejadas de cualquier atisbo de modernidad, aferradas (para bien o para mal) a un tiempo que ya quedó en el recuerdo de la mayoría.