El documental dirigido por Nicolás Torchinsky, que participó en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, entre otros, retrata los días de Juan y Alba, un matrimonio de ancianos que vive en los cerros tucumanos según las costumbres y la tradición gauchesca. Un lugar que parece detenido en el tiempo, entre recuerdos, un fogón a punto de apagarse y la cría de animales.
“Un hombre de a pie, es la mitad de un gaucho”, sintetiza esta historia que muestra a personajes distantes, con sus rostros ajados como testigos de una vida dura, rutinaria y un final que parece acercarse como un caballo al galope.
La cámara se detiene en sus manos, en su casa precaria construida con ladrillos a la vista y en sus elementos cotidianos, entre paisajes estrellados, brazas humeantes y tormentas. Afuera están las cabras y las ovejas, mientras que los caballos entran de manera onírica en el filme. “Ya no quedan vacas. Sólo falta que él me cambie por un caballo”, asegura Alba, confirmando el particular vínculo que la une a su esposo Juan, el gaucho que trabajó en un ingenio, perdió a sus amigos y siente el peso de la soledad.
La nostalgia del centauro ofrece su mirada pausada y cargada de silencios a través de una cámara que parece ocupada en registrar cada fragmento más que en lograr una narración de la que pueda desprenderse alguna emoción...
En ese sentido, la película cuenta con escasos testimonios a cámara, rezos y cantos rurales que se repiten desde la infancia mediante bellas imágenes de una tradición gauchesca (como el desfile) a punto de desaparecer. Todo resulta lejano para el espectador por la ausencia de un clima dramático.
El documental se pasea entre días y noches interminables, recuerdos y el presente crepuscular de la dupla de protagonistas que vive más allá del tiempo.