UN PLANTEO QUE NO ALCANZA
Una pareja de ancianos que vive en una casa cerca de los cerros será el eje central de La nostalgia del centauro, documental que sigue el día a día mostrando todas las actividades que realizan. La idea de un estilo de vida que se apaga o algo que es parte del pasado y se aferra a no desaparecer, da vueltas en esta historia.
El protagonista, un gaucho que rima coplas y algunas vez tuvo caballos (diría José Larralde en su tema El Tamayo) parece ser el último de los que quedan por la zona, como él dice. Junto a su mujer, que lo acompaña y le dio hijos (el entrevistador le repite varias veces “¿y ella que te dio?” y el gaucho dice “algunos hijos”, casi como menospreciándola), parecen aislados o como si lo estuvieran. Las imágenes que los muestran en sus actividades son monótonas, no sorprenden, y si el espectador no entabla una conexión con los personajes, la rutina termina por ganarle no solo a la narración sino también a las ganas de seguir mirando la pantalla.
El mejor momento de La nostalgia del centauro es cuando hablan a cámara y dan sus versiones de su vida juntos, que difieren mucho entre sí: la más divertida es la de la mujer, que cuenta lo inestable que era su marido laboralmente y lo poco que la ayudaba desde lo económico. Sin embargo, es apenas un fragmento puntual de interés dentro de una totalidad que no llega a impactar.
Cuando pensamos y analizamos La nostalgia del centauro desde su estructura global, nos encontramos ante una historia que se amoldaba mejor para un cortometraje y a la que le se nota que su pequeña premisa no le alcanza para ser realmente atractiva.