Entre cabras y añoranzas
Por momentos, la ópera prima documental de Nicolás Torchinsky exalta el paisaje imponente ante la minúscula presencia del hombre y la naturaleza como compañero en la soledad cuando el tiempo parece estancado por lo menos desde la subjetividad de una cámara fija. Pero si hay algo que transcurre y que sucede precisamente tiene como protagonista indiscutido al Señor Tiempo. Pasa y nos deja solos, como Juan Armando Soria, un gaucho a la antigua, un hombre que recupera la tradición de esa vida distinta, apacible, junto a sus animales, su esposa Alba Rosa Díaz, y que se anima a compartir con la cámara que lo observa -sin engaños- fragmentos de coplas y de su vida con los recuerdos, intactos como esa llama que por la noche le escapa a la extinción total para ganarle un día más la batalla al tiempo.
El director no recae en la muestra de catálogo observacional, algo sumamente repetido en muchas propuestas de esta magnitud, sino que acude a la escucha y a la idea de registrar un aquí y ahora de estos ancianos que viven en Tucumán, acompañados de las noches estrelladas, sus costumbres, y no mucho más que eso.
El resultado es gratificante porque en cada imagen se condensa información desde el vivir cotidiano o la rutina que exige ese tipo de andar cansino, pausado, aunque siempre con vitalidad en los ojos o en una mirada que añora tiempos pasados mejores.
Los caballos y los sueños entran en juego y abren en el documental de Nicolás Torchinsky una pequeña puerta para sacudir el tono realista y ascético por otra manera de aproximarse a la subjetividad, completamente fluida y nada forzada en la propuesta integral.