Tras su estreno mundial en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes, llega esta ópera prima con la chilena Paulina García y el argentino Claudio Rissi.
Hay un subgénero que irrita a los críticos más cínicos y conmueve a buena parte del público: el crowd-pleaser. La novia del desierto es un exponente casi clínico, de manual, sobre esta forma de entender el cine a partir de historias de vida sencillas de gente común con la que el espectador puede identificarse y/o empatizar.
Tragicomedia sobre segundas oportunidades con elementos de road-movie protagonizada por la estrella chilena Paulina García (Gloria) y el argentino Claudio Rissi, la película fue recibida con muchos aplausos y ya es un éxito de ventas. Difícil, en cambio, que conquiste el corazón de la crítica más intelectual.
De larga trayectoria en la industria (trabajaron en distintos rubros con directores como Héctor Babenco, Eduardo Mignogna, Juan José Campanella, Alejandro Agresti, Paula Hernández, Walter Salles, Miguel Pereira y Pablo Trapero), Atán y Pivato narran con sensibilidad y ligereza las desventuras de Teresa Godoy (García), una mujer de 54 años que -según vemos en varios flashbacks- se desempeñaba como empleada doméstica en Buenos Aires. Cuando la familia para la que trabajaba decide vender la casa no tiene más remedio que aceptar una propuesta laboral en San Juan. En el camino el micro se avería, pierde el bolso y queda varada en una localidad donde hay un santuario de la Difunta Correa. Allí conocerá a Miguel, más conocido como El Gringo (Rissi), un solitario vendedor que se mueve en una casa rodante.
Las directoras aprovechan al máximo la geografía árida sanjuanina (la vistosa fotografía del chileno Sergio Armstrong está al borde del regodeo y ciertos excesos pintoresquistas) para una película emotiva sobre esa idea tan cinematográfica como la redención y la posibilidad de encontrar el amor cuando parece que ya no hay esperanzas. En este sentido, La novia del desierto parece una combinación entre La nana y Cama adentro, por un lado, y Gloria (el largometraje chileno que consagró a García en el ámbito internacional), por el otro, con algunas escalas intermedias en la filmografía de Carlos Sorín.
Uno podría pensar a La novia del desierto como una película pequeña en varios sentidos (en sus ambiciones y en su duración de apenas 78 minutos), pero en su simpleza se esconde también una pericia y una ductilidad que no abundan en el universo de las ópera primas. Es, también, una propuesta amable que, por contraste, se desmarca afortunadamente de ese cine de la crueldad que abunda este año en Cannes.