Un camino soleado
La road movie es un género asociado al cine independiente. Sin embargo, esto no significa que sean fáciles de hacer, todo lo contrario, cuentan con recursos mínimos que deben funcionar perfecto para que la historia fluya y conmueva. Es el caso de La novia del desierto (2017), la sorpresa del año que supo brillar en el 70 Festival de Cannes.
Cuenta la historia de Teresa (la actriz chilena Paulina García), una empleada doméstica cama adentro que se traslada por el desierto de San Juan a un nuevo hogar tras dedicar toda su vida a una casa de familia de Buenos Aires. Pero el micro se rompe y, mientras espera otro, visita el santuario de La Difunta Correa. Ahí pierde su bolso y el puestero llamado “el gringo” (Claudio Rissi) la ayudará a recuperarlo antes de volverse a embarcar rumbo a su destino.
Paulina García es una de las grandes actrices chilenas, brilló en Gloria (2012) y recientemente la vimos en el papel de la presidenta del país vecino en La cordillera (2017). Su papel de mujer reservada, humilde y vulnerable se trasmite en su mirada. Sus carencias afectivas en cada gesto que esboza. Pero no es un trabajo sólo suyo, el feedback con su compañero de reparto es esencial. Claudio Rissi representa su contracara, el hombre de físico imponente y mirada intimidante de Aballay, el hombre sin miedo (2014) pero en clave bonachón. El estatismo de ella (estuvo toda su vida en una misma casa dedicada a una familia ajena) se contrapone a la inquietud de él (deambula por el espacio y las relaciones a su gusto).
La ópera prima de Cecilia Atán y Valeria Pivato no se destaca sólo por ser una road movie muy bien construida. También desarrolla un clima generacional: ambos personajes superaron los cincuenta años y, justo cuando la vida parece ya no tenerles preparada ninguna sorpresa, aparece el destino y La Difunta Correa para modificar sus vidas. Un plus fundamental que otorga una sensación optimista al relato.
Por último, la sutileza. La novia del desierto tiene la particularidad de trabajar cierta ambigüedad que universaliza la historia. No hay explicaciones sobre los milagros de La Difunta Correa, ni sobre la relación de dependencia de la protagonista hacia la familia que dejó en Buenos Aires. Tampoco información certera sobre el pasado del gringo. Sin embargo, no son necesarias para dejarse llevar por el argumento y emocionarse con las sensaciones que produce. Es justamente al revés: su inexactitud invita al espectador a cerrar a su gusto esa parte de la historia que desconoce. Hecho gratificante por cierto.
La novia del desierto tiene ese don especial, el de acompañar en el viaje a esas dos personas que desconocemos pero con las que nos sentimos cómodos desde el primer instante.