El minimalismo llevado al grado máximo.
Programada en la sección Un Certain Regard del último Festival de Cannes y a punto de presentarse en San Sebastián, la ópera prima de Atán y Pivato es una historia tan mínima que parecería casi el embrión, más que una historia terminada.
¿Qué es una historia mínima? De acuerdo al canon instituido a comienzos de siglo por la película homónima, escrita y dirigida por Carlos Sorín, es una en la que la pequeñez refiere tanto a unos personajes que son lo que suele entenderse por “gente común”, como a la propia ficción, hecha de peripecias escasas, dramas atenuados y un tono menor, de comedia dramática. Así como, desde ya, a un formato reducido, tanto en términos de cuadro cinematográfico como de duración. No hay historias mínimas en Cinemascope, o de más de una hora y media, como no las hay que sean trágicas o muy intensas. O protagonizadas por seres “más grandes que la vida”, o llenas de acontecimientos, o con algún rubro técnico sobresaliente, trátese de la fotografía como de la música o la dirección de arte. Una película como Las acacias puede ser considerada una historia mínima. La luz incidente, por ejemplo, no, ya que aunque se trata de una película de cámara, el trabajo de primeros planos, sumado al de luces y sombras, generan una intensidad que la maximaliza. Coproducción argentina-chilena dirigida por las debutantes Cecilia Atán y Valeria Pivato, La novia del desierto es una historia tan mínima que parecería casi el embrión de una historia, más que una terminada.
Programada en la sección Un Certain Regard del último Cannes y a punto de presentarse en San Sebastián, La novia del desierto presenta a Teresa (la actriz chilena Paulina García), trasladándose de Buenos Aires a San Juan. Mujer de mediana edad, Teresa trabajó toda una vida como “señora de la limpieza” para una familia porteña. Pero éstos decidieron vender la casa, por lo cual la mujer se vio obligada a aceptar un empleo en la provincia cuyana. En algún punto del camino el ómnibus que la lleva se avería y es necesario esperar el remolque. Para matizar la espera Teresa sale a dar una vuelta por el pueblo próximo y allí conocerá a un vendedor de la zona a quien llaman El Gringo (Claudio Rissi). Eso es todo. Está claro que la película no apuesta a la trama en sí, aunque tampoco lo hace del todo a los climas. El formato apaisado del cuadro (violación a las reglas de las historias mínimas), pensado para aprovechar la belleza del paisaje sanjuanino (la Secretaría de Turismo de la provincia es uno de los auspiciantes de la película), le saca el jugo, sí, a la sequedad, los largos horizontes, cielos extendidos, atardeceres color durazno y noches luminosas (destacada labor del DF Sergio Armstrong).
Sobre esos fondos y los abigarrados interiores de un altar levantado para la Difunta Correa se desarrolla una clásica historia de segunda oportunidad entre una mujer sola y abroquelada y un hombre que sabe cómo tratarla. Y sobre todo esperarla. Más allá de varios planos largos que van en contra de lo esperable, esta nueva love story-road movie en camión para el cine argentino después de Las acacias y la reciente No te olvides de mí se concentra en la química y el juego actoral de ambos actores. Es su carta de triunfo. Recordado por una desbordante escena de 76 89 03, Claudio Rissi es un tipo que lleva el barrio encima. Acá ha sido bien contenido por las directoras, haciendo de él el galán panzón que se requería. De fama en el circuito de festivales gracias a su fabulosa interpretación en Gloria (2013), Paulina García (presidenta chilena en La cordillera) es una de esas actrices que se entregan por completo a su papel. Avejentada y afeada, en su rostro pueden seguirse, como en un mapa, los trazos que llevan de la represión a algo parecido a un rato de felicidad.