Un amor como no hay otro igual
Con una madurez inusitada en una opera prima, las directoras cuentan una historia sencilla y entradora.
Una pequeña historia, contada con simpleza y cero costumbrismo, buenos encuadres y dos actuaciones medidas, pero entradoras. Eso es lo que ofrece La novia del desierto, la opera prima que realizaron conjuntamente Cecilia Atán y Valeria Pivato y que tuvo su première mundial en la sección oficial Una cierta mirada, del Festival de Cannes.
Teresa (la chilena Paulina García, presidenta de Chile en La cordillera y ganadora como mejor actriz en el Festival de Berlín por Gloria) trabaja en una casa de Buenos Aires como empleada doméstica. Pero ya no pueden pagarle, por lo que la familia, con la que se ha encariñado, le consigue trabajo en San Juan, en la casa de los suegros de Rodrigo. Hacia allí parte, en esta suerte de road movie con toques sentimentales y ni un solo golpe bajo.
El ómnibus tiene un accidente, menor, pero debe abandonar el viaje cerca del santuario de la Difunta Correa. Allí conoce a un puestero, el Gringo (Claudio Rissi, a kilómetros de distancia de los papeles que lo caracterizan como malvado, perverso y/o depravado), en cuya camioneta/probador se ha olvidado su bolso con todas sus pertenencias.
A partir de allí, las directoras -que se conocieron asistiendo a Juan José Campanella en Luna de Avellaneda- construyen un relato que es poco más que un corto, en parte por su duración -apenas 78 minutos- y también por sus ambiciones medidas.
Como muchas veces, menos es más, y el no recargar ni reforzar con trazos fuertes lo que es mejor recibido con sutileza, es una ventaja.
Las directoras sacan provecho de la madurez -pese a que es su opera prima- de haber trabajado en la industria del cine local asistiendo a muchos directores de renombre. Y por eso La novia del desierto luce esa seguridad en la selección de planos, en la manera de estar narrada, en la simpleza de su relato, en el que no sobra ni falta nada.
La vulnerabilidad y humildad de Teresa nos llega de manera directa, diáfana, y es muy fácil tener empatía, apego con ella. Lo mismo con el Gringo, un personaje que se hace el entrador, pero que tiene sus vericuetos y al que las realizadoras han tenido la virtud de saberlo exprimir, sacarle su mejor jugo, pero hasta ahí.
La novia del desierto agrada, y gustará a un público que se entregue, sí, pero al que no desea complacer en todo momento. Nunca subestima al espectador, que podrá proyectar en los personajes muchas de sus vivencias y pensamientos.
¿No buscamos eso, la mayor parte del tiempo cuando vamos al cine a ver una buena película?