Llega a las salas esta cinta de horror que toma como base una milenaria tradición funeraria rusa
Nastya viaja a conocer a la familia de su prometido, solo para descubrir que los miembros del clan esconden siniestros secretos.
El filme arranca con un prólogo de época en el que se narra una escalofriante tradición rusa que consistía en fotografiar a los difuntos con los ojos pintados sobre los párpados para de esta manera capturar el alma de los mismos.
Todo el metraje centrado en este particular ritual resulta lo mejor del filme. Cuando el director decide trasladar la acción a la época moderna pierde fuerza y originalidad.
Todo lo lúgubre, espectral y sugestivo que tienen esos primeros fotogramas muta a una estética similar a las películas del género. Los efectos gratuitos, las apariciones repentinas acompañadas por un sonoro golpe, y la intriga clásica funcionan aquí como en cualquier exponente del horror fílmico norteamericano más industrial. Lo que podía ser una historia de horror fresca termina en parodia o imitación de los subproductos que abundan cada semana en la cartelera. Pese a eso, hay momentos de horror gótico muy bien logrados, que harán sobresaltar a los espectadores en busca de sustos fáciles, rápidos y efectivos.