La número uno está dirigida y coescrita por una mujer y aborda cuestiones relacionadas con la desigualdad de género en las altas esferas empresariales. Lejos del tono panfletario o de militancia abierta, el film apuesta por las contradicciones de una protagonista llena de matices.
Emmanuelle Blachey (Emmanuelle Devos) es una exitosa ejecutiva en un ámbito dominado por hombres. En un foro es abordada por una agrupación feminista que le propone ayuda para llegar a la dirección de una importante compañía de energía, en reemplazo de un hombre que padece una enfermedad terminal.
A partir de esa anécdota, Tonie Marshall despliega un relato en derredor de las dificultades que Emmanuelle debe enfrentar para acceder al cargo. Dificultades en su mayoría vinculadas con su condición de mujer antes que a su potencial falta de capacidad.
Hay también algunas subtramas vinculadas con su vida personal (su padre está gravemente enfermo y la relación con su marido no atraviesa su mejor momento) y con la dinámica interna del grupo feminista que no terminan de funcionan del todo bien. Sucede que el film intenta abarcar demasiados frentes y, por momentos, algunos conflictos se tornan superficiales.
Más allá de esa dispersión narrativa, La número uno es un interesante retrato del poder y, sobre todo, del fino límite entre lo público y lo privado que existe en ese ámbito.