En La número uno, la directora, productora y actriz francesa Tonie Marshall alza la bandera del empoderamiento de la mujer, tan en boga en estos días, para construir una historia convincente que se constituye en un auténtico retrato sociológico. La trama gira en torno a Emmanuelle Blachey, una brillante ingeniera de unos 45 años que escaló en su carrera y actualmente integra el comité ejecutivo de una importante compañía de energía. El detonante tiene lugar cuando un influyente club feminista le propone que se postule para presidir la empresa de aguas, ubicada dentro de las top 40, siendo, en caso de ganar, la primera vez que una mujer ocupe ese cargo en una firma de tal envergadura.
A partir del momento en que Emmanuelle comienza su campaña para conseguir su objetivo, el hombre fuerte de la empresa de aguas (Jean Beaumel) emprenderá una batalla feroz para neutralizar a nuestra protagonista y lograr que quien ascienda a la presidencia sea su protegido. Así, Emmanuelle tendrá que enfrentar presiones, trampas, chicanas e intromisiones en su vida privada para llegar a ser la número uno, debiendo pagar un alto precio sólo por pretender alcanzar un puesto para el cual demostró con creces estar capacitada.
Marshall nos sumerge en un estudio minucioso de las entretelas del poder, del juego de influencias y las miserias del mundo empresarial. A su vez, la directora nos muestra las pequeñas humillaciones cotidianas a las cuales son sometidas las mujeres en el campo laboral y cómo deben transitar un camino lleno de espinas si procuran destacarse de acuerdo a sus méritos en ese entorno predominantemente masculino.
La realizadora señaló en una entrevista que para elaborar el guión se basó en testimonios de varias mujeres que ocupan altos cargos en importantes compañías, lo que se refleja en una historia absolutamente verosímil. Además, realizó una profunda investigación que redundó en un guión compacto y fiel a la realidad actual. A pesar de que por momentos la narración tiende a ser lineal y un poco morosa, se redime en la parte final cuando va in crescendo y alcanza un clímax que atrapa al espectador.
En cuanto a las actuaciones, una sólida y expresiva Emmanuelle Devos encarna con total entrega las dos facetas de su personaje: la frágil Emmanuelle de la vida privada y la avasallante Emmanuelle de la vida pública. En la piel del malvado Jean Beaumel se luce Richard Berry, con un magnetismo que traspasa la pantalla y una mirada penetrante que hiela la sangre. Asimismo, la buena interpretación de Benjamin Biolay cobra más importancia al final ya que su personaje se torna clave para la resolución del filme.