La excelencia de la sencillez
Comenzamos con el plano de un mar, extenso, de oleaje apacible. Luego un cruce -uno de varios a lo largo de los 66 minutos del largometraje- entre el video arte y el cine. El pretexto es un viaje en tren y desde las ventanas, paisajes de colores que se difuminan, que ensucian en cierto modo la imagen y quitan nitidez. Pero durante el viaje, la voz en off de un perfecto francés le da vida a fragmentos y citas para resumir un pensamiento en un texto “Precisiones. Respecto a un estado actual de la arquitectura y el urbanismo”. Este es el primer viaje que atraviesa el universo de La obra secreta, debut cinematográfico de la video artista Graciela Taquini, quien además cuenta con la producción del tándem Cohn-Duprat y el guión de Andrés Duprat.
A los pocos minutos, esa voz de acento francés encuentra la referencia en el tiempo y el espacio; se trata del testimonio del arquitecto suizo Le Corbusier, quien había visitado Argentina en 1929 para dar una serie de conferencias y durante ese viaje, se dispuso a un recorrido de un sólo día por las calles de la ciudad de La Plata. Regresado de Argentina, recibe un encargo para la construcción de la casa Curuchet, bajo el objetivo de crear una vivienda doméstica y el consultorio de un respetado doctor, obra que con el avance de las décadas, coros de admiradores y detractores por igual, ha sido considerada una de las mejores creaciones del suizo y además la única huella palpable de su arte en Latinoamérica.
No es un dato menor que la casa Curuchet nunca fuera vista por su creador, quien mandaba sus planos al arquitecto de confianza de la familia Curuchet, por lo cual la propuesta de Taquini habilita desde el campo de la imaginación un viaje caleidoscópico en el contexto actual del desastre urbano con la presencia espectral de un Le Corbousier, mientras su voz revive en cada paso por rincones de la ciudad de las diagonales.
Sin embargo, el protagonismo de este film sin lugar a dudas es el de la propia casa Curuchet que como dato de color y en un meta lenguaje se vincula directamente con otra película del tándem que no es otra que El hombre de al lado. Y si llevamos el juego de correspondencias para extenderlo al personaje guía interpretado por Daniel Hendler, un arquitecto que se encargó de estudiar minuciosamente la obra del suizo pero además dedicarse a difundirla desde las visitas guiadas, su única fuente económica, toca la puerta sin pedir permiso la referencia directa con la película En el fondo del mar, del realizador Damián Szifrón, en la que Hendler interpretaba en ese caso a un obsesivo estudiante de arquitectura.
Entonces para sumergirnos en este atrapante film, que amalgama estilos y además tiene su costado didáctico que no va en detrimento de la ficción, resulta más que alentador el entramado conceptual detrás de la anécdota de Hendler y su recorrido por la casa Curuchet con ocasionales curiosos, que consiste en el rol de la mirada en el espacio y el tiempo. Algo así como el juego dialéctico de la objetividad y la subjetividad a partir de la introducción de una cámara que transita en distintas horas del día por la casa sin la presencia humana. Se adueña del espacio y detiene el tiempo para condensarlo en el instante irrepetible de la mirada. Y se conecta con el tiempo desde la voz en off, aunque también desde los diferentes viajes de esta travesía sensorial.
El desdoblamiento es otro pretexto que encuentra la representación en la introducción de la visita guiada donde Elio Montes (Daniel Hendler) “se adueña” de la silueta de un Le Corbusier a escala, de cartón y dibujado, se pone en sus anteojos para presentar a Elio Montes llevando la idea de representación al extremo cuando la fuerza de la verdad sobre la obra del suizo está a la vista en la casa y no en la interpretación antojadiza de un guía especializado que procura dejar su sello en las explicaciones técnicas y apreciaciones personales.
El elemento vital en la arquitectura orgánica de Le Corbusier, sin lugar a dudas es la luz y de esa nutriente Graciela Taquini abreva en lo que respecta a la imagen y a las sombras, que cambian con las horas del día. También desde la voz en off se pondera la idea de dibujar para aprender a mirar y se refuerza la sencillez como signo de excelencia y austeridad, aspecto que rompe con el esteticismo de la belleza por la belleza misma y lo reemplaza por la armonía y la simetría de orden matemático y desde un concepto arquitectónico humanista, claro está.
Múltiples viajes, el del lenguaje cinematográfico con sus limitaciones y virtudes, el de los recursos narrativos al alcance de la creatividad cuando se busca abarcar un personaje sin definirlo y revivirlo en cada plano con el poder de la mirada que lo escruta y lo recorre, como una obra secreta, maravillosa e inconclusa.