Las crisis económicas en la Argentina, lamentablemente, han sido innumerables pero hubo dos que por sus nefastas consecuencias se destacaron entre las demás. La primera ocurrió en 1979 con un índice de inflación elevado y tasas financieras de dos dígitos, sospechosamente atractivas para invertir en plazos fijos, la que desembocó en el colapso de varias instituciones bancarias. La segunda y más recordada fue el “corralito” de fines del 2001, en la cual, entre otras causas, una fuga masiva de capitales concluyó con una restricción de retiro de fondos de los bancos. Siempre los más perjudicados fueron los sectores menos favorecidos socialmente, en tanto que en las altas esferas se beneficiaron unos pocos que conocían la información de antemano.
El cine argentino siempre recurrió a la veta humorística para reflejar ambos momentos conflictivos. Fernando Ayala con su gran éxito Plata dulce (1982) reflejó con una comicidad agria los avatares económicos de los argentinos entre junio del 78 y principios de los 80. Leonardo Di Cesare en Buena vida (Delivery) del 2004 retrató con ironía las formas de subsistencia tras el gran desempleo que trajo aparejada la debacle de diciembre del 2001. El film de Sebastián Borensztein mantiene también ese dejo humorístico que se desprende de la novela La noche de la usina de Eduardo Sacheri, en la cual se basa La odisea de los giles.
Agosto del 2001, la placidez y la tranquilidad reinan en Alsina, un pueblito perdido en medio de la pampa. Los compases de El Danubio azul de Johann Strauss II en los créditos iniciales, acentúan ese clima sosegado en el que transcurre la vida de los habitantes provincianos. Un grupo de vecinos decide formar una cooperativa para rescatar una cerealera abandonada y ponerla nuevamente en funcionamiento. Luego de mucho esfuerzo consiguen juntar en dólares parte de la inversión, pero una decisión equívoca incentivada por un gerente inescrupuloso para beneficiar a un abogado corrupto, les hace perder gran parte de lo recaudado debido a las medidas difundidas por el entonces ministro Domingo Cavallo el 2 de diciembre de aquel año. Con escasos medios y mucha voluntad intentarán recuperar lo perdido.
De a poco son presentados los personajes que conformarán la asociación. Honestos, bien intencionados, algunos fronterizos, todos conllevan un pasado de frustraciones y anhelos en el que el éxito fue fugaz y la reconversión nada fácil. Por la afinidad y cierto costumbrismo se asemejan a los protagonistas de las películas de Juan José Campanella; por la venganza no exenta de humor y las labores de inteligencia que despliegan, a los del cine de Damián Szifron. Luis Brandoni con su decir claro y pausado es el eje de la narración dando pie a aclaraciones y momentos jocosos. Ricardo Darín y Verónica Llinás conforman una pareja entrañable que se complementa, donde él aporta la reflexión y la mesura y ella el brío y la acción. Carlos Belloso tiene un papel a su medida, mientras que Rita Cortese aporta su aplomo y experiencia en el rol de una empresaria de transporte. Las reuniones de los socios se destacan por los diálogos jugosos, como así también la escena del casamiento por el fiel retrato de los participantes tanto en la indumentaria como en las actitudes tomadas. Al entrar en juego la obtención del botín se entremezclan la aventura y el western en situaciones que generan un cierto suspenso.
En el final el público aplaude por haber disfrutado de un film entretenido y bien concebido, pero también porque muchos de los espectadores que vivieron una situación parecida, habrán querido de alguna forma estar en la piel de ese grupo de perdedores que pese a sus modestos recursos se salió con la suya. Valoración: Buena