La épica de lo micro
Lo paradójico de todo es el triste oportunismo de la película teniendo presente el estado actual de las cosas en esta Argentina de vaivenes y contrastes. También que existe una idea por encima de todo por la cual se cree que la mejor manera de abordar lo macro es haciendo foco en la épica de lo micro. Otra paradoja incluso para explicar la inexplicable economía cuando de “variables macro” se trata frente a lo micro, el día a día de la gente en su gimnasia cotidiana de supervivencia.
La odisea de los giles explica lo macro sin ninguna necesidad de bajar línea y lo hace desde el lenguaje del cine; desde las herramientas más elementales pero a la vez poderosas para encontrar un equilibrio en donde el axioma anteriormente citado encierra su virtud y su defecto. Sin embargo, funciona de cabo a rabo y no genera mala predisposición desde su épica de “perdedores” porque el grado de movilización es diametralmente opuesto a una especulación o chantaje emocional.
Partir de la base de una novela, es decir de un cuerpo literario y llevarlo a la síntesis del cine, no es ninguna tarea sencilla pero contar con la presencia del propio autor de la novela en el guión, Eduardo Sacheri, al menos garantiza una mirada compartida en ese tránsito de las hojas a las imágenes. Porque el contexto en el que transcurre la historia de esta cooperativa, donde cada uno tiene mucho que perder y la jerarquía se diluye entre los personajes, es lo suficientemente gráfico para hacer del territorio y escenario un teatro de operaciones ideal. El terreno en lo que a concepto se refiere óptimo para el desarrollo de idiosincrasias, entre otras virtudes del guión como por ejemplo el humor simple y no sofisticado durante la acción.
Al hablar de contexto no hay que confundir un intento por parte de Sebastián Boresztein de sumir a su nuevo opus en un retrato realista, sino más bien en generar con las generales de la ley el verosímil propio del género, aunque sin quedar atrapado en el subgénero de las películas de robos llevados a cabo por inexpertos, algo que Hitchcock podría definir como héroes en situaciones extremas y para las cuales no tienen habilidades adquiridas.
Qué mejor condimento entonces que separar la paja local del trigo universal porque La odisea de los giles transmite las mismas sensaciones para cualquier espectador con alguna gota de sentido común y sensibilidad, mientras que para el público local va a representar muchas cosas que entre el recuerdo de fantasmas y malas épocas traerá también el de tiempos más cercanos con escenarios distintos pero con las mismas historias cuando la asimetría entre el débil y el fuerte resulta insoportable.
Sería un tanto redundante en esta crítica hablar de un gran elenco, de la enorme y acertada mezcla de estilos en cada actor, que ensambla perfecto en el personaje que le toca en suerte tanto los que más aparecen como aquellos secundarios, con la mezcla de torpeza e ingenuidad frente a situaciones que los superan minuto a minuto.
El director de Koblik vuelve a contar con Ricardo Darín en otro papel distinto, sin dejar de mencionar la impecable química con Luis Brandoni para que todo el resto se luzca entre escenas donde no sólo pusieron el cuerpo sino también el corazón.
Ojalá que los giles existan siempre para que la asimetría que detesta la épica de lo micro deba recalcular cuando ya no queda más nada que perder.