Una venganza soñada en un contexto que toca muy de cerca
La película abre con los primeros compases de El Danubio Azul de Johann Strauss. Visto en retrospectiva, uno piensa el por qué de semejante elección musical, particularmente porque no se vuelve a escuchar el tema nuevamente en toda la película ni se asocia en particular a alguno de los personajes.
No obstante, cobra pleno sentido si tomamos en consideración que es una asociación cinéfila, por lo menos desde el título, con 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Al caer esa ficha uno empieza a entender: esta película transcurre en el 2001, y lo que van a atravesar estos protagonistas es una Odisea con todas las letras, si se toma en consideración el caótico incidente incitador que los pone en la misma.
Podríamos decir que el gesto es un poco obvio, pero en una película donde la cinefilia juega un rol fundamental en el curso de acción decisivo de los personajes, uno se anima a dejarlo pasar.
2001: Odisea de los Giles
La Odisea de los Giles consigue cautivar no solo por el enorme atractivo del ensamble estelar que constituye su elenco, o por tratar un tema de nuestro pasado reciente que nos toca muy de cerca, sino porque propone algo que todos deseamos y, en esto debemos ser honestos, casi siempre nos satisface en una película: el prospecto de ganarle en su propio juego a todos esos personajes arrogantes y desmedidamente ambiciosos a los que la vida parecería premiar por su deshonestidad.
Una propuesta narrativa que se propone arrastrar por el barro esa idea de que quien no posea estos atributos es un gil, valga la palabra. El “tener calle” encarado de la forma más peyorativa imaginable.
Con este concepto insertado, uno empieza a contemplar como otra probable obviedad el hecho de que el antagonista de la película se llame Fortunato, alguien a quien la fortuna parece sonreírle por animarse a tener semejante proceder en la vida y sin ningún remordimiento.
El hijo de puta no se despierta, se mira al espejo y dice «soy un hijo de puta». Eso pensamos nosotros.
Señala en un momento el personaje de Ricardo Darín.
Sin embargo, a medida que se desarrolla la película, no se puede evitar pensar que dicho nombre empieza a cobrar un contexto mucho más irónico. Esto tomando en consideración que el personaje se vuelve más paranoico, más psicópata, como si la fortuna ya no le sonriera tanto a él, y su sola presencia es, curiosamente, la manifestación de la casual fortuna que sí les sonríe a los protagonistas, que tienen la oportunidad de recuperar lo que les robaron.
Por otro lado, La Odisea de los Giles muestra las debilidades de sus protagonistas, en particular el trato que le da el personaje de Rita Cortese a su hijo, interpretado por Marco Antonio Caponi. Como manifestando que el “tomar de gil” es una subestimación en la que no solo incurren las empresas y el gobierno, sino que puede ocurrir dentro del fuero familiar. Este es el arco que prueba no solo que estos males van a seguir existiendo, sino que los personajes también pueden adquirir los mismos atributos negativos de la viveza criolla que están combatiendo.