Paula camina por los gélidos pasajes de Ushuaia, repitiendo una rutina que no queda del todo clara. Trabaja un rato para una agencia haciendo una suerte de tour en combi, luego se gana un dinero extra haciendo otras changas (que incluyen, aunque no de manera del todo planeada, trabajo sexual), y reclama ante jefes sueldos atrasados y deudas pendientes. También paga, ahorra y vuelve a empezar. Pero, como bien lo indica el título de la película, hay algo que aquí se omite, y eso es, en primer lugar, qué es lo que está haciendo realmente ahí Paula.
El correr de la película revela que hay una hija, una pareja y una suerte de “plan” que comenzó pero no espera terminar en Ushuaia. Este hilo narrativo parece ser el que conducirá el destino de Paula, pero sin embargo ella no parece del todo convencida. ¿Hay acaso otra vida que no está viviendo Paula? ¿Será que la protagonista de La Omisión no está segura de serlo en su propia historia? La película de Sebastián Schjaer no plantea necesariamente estos interrogantes, sino que más bien deja que sucedan: es el espectador quien completa el cuadro, a veces viendo problemáticas que la propia protagonista no reconoce.
El recorrido que este personaje transita es personal e introspectivo, y por eso Schjaer apuesta a los planos cortos y los detalles, eludiendo la tentación de los planes generales que retratarían mejor la belleza del paisaje. La decisión es arriesgada y mayormente funciona (la vida en el fin del mundo se siente así opresiva y monótona), aunque priva también por momentos de ritmo a La Omisión, un film de enorme factura técnica que, a pesar de caer en cierta redundancia, brilla por la sutileza de los trazos con que dibuja a sus protagonistas.