Amenaza fantasma
Efectivo filme de terror y suspenso sobre un extraño apocalipsis urbano.
La oscuridad tiene uno de los mejores arranques del cine de terror de los últimos tiempos. Y también una premisa atrapante, naturalmente cinematográfica. Un proyectorista de cine está pasando una película en su cabina en penumbras cuando se corta la luz (y, obviamente, la proyección). Al salir de su cubículo encuentra que la gente en la sala no está, pero que han quedado sus vestimentas en sus asientos. Al irse al hall del complejo se topa con lo mismo: un vacío total y prendas tiradas sin los cuerpos que las vestían. Luego sale a la calle y la visión es aún más aterradora.
¿Qué sucedió? Habrá que ver la película para saberlo, o suponerlo. Cercano en espíritu al cine de John Carpenter o al estilo catástrofe minimalista de M. Night Shyamalan, el director Brad Anderson propone un misterio intangible, casi metafísico. Da la impresión de que es la propia oscuridad la que se lleva los cuerpos, una negrura que arrasa con todo a su paso y a la que sólo se puede combatir teniendo algún tipo de luz encima. Esto es literal, por un lado (linternas, focos, lámparas, todo lo que funcione a batería) y, finalmente, metafórico.
El proyectorista (John Leguizamo), un conductor de TV (Hayden “Anakin Skywalker” Christensen), una mujer que no encuentra a su pequeño hijo (Thandie Newton) y un preadolescente, hijo de la dueña de una taberna, terminan convergiendo en ese lugar tratando de mantener viva la luz mientras la ciudad (¿o el mundo?) parece sumergida en una oscuridad sin fin, ya que ni el sol parece poder salir.
La segunda mitad del filme –claramente inspirado en títulos de Carpenter como La niebla y Asalto al precinto 13 ; o Señales , de Shyamalan- casi no saldrá de ese bar y se centrará en el grupo intentando sobrevivir, mientras vamos conociendo sus historias y explorando sus relaciones.
Anderson allí no logra mantener la tensión y la intriga que sí sabían lograr sus maestros, y La oscuridad empieza a girar en falso, a volverse algo mística y hasta tediosa. Pero la economía de recursos, la inteligencia a la hora de plantear un misterio sólo con sombras y con un villano inasible, resulta un recurso que, por momentos, funciona muy bien.
La explicación, seguramente, convencerá a pocos. Pero también es tarea del espectador poder disfrutar de un filme o una serie (como Super 8 o Lost ) sin la imperiosa necesidad de que el fin justifique los medios. El suspenso es ese “medio”. Si las cosas no cierran como uno quisiera, más allá de una justificable decepción, no debería arruinar del todo la experiencia.