Sin luces
Así como se alinean los planetas para que de cuando en cuando emerja una obra maestra, también suele darse la antítesis con unos cuantos ejemplos comprobables. Lo que no sucede con tanta asiduidad es que a semejantes porquerías se les permita acceder al estreno comercial en los cines locales mientras que obras infinitamente superiores con suerte se estrenan en DVD. La Oscuridad es uno de ellos y debe estar, sin sobredimensionar ni un ápice, entre las peores películas de los últimos años. Una sorpresa más que desagradable viniendo de Brad Anderson, un director al que respetábamos por su trabajo en el género fantástico. Particularmente en El maquinista y la serie Fringe. Después de este lamentable simulacro de thriller sobrenatural y pseudo existencial Brad va a tener que remarla bastante para que le perdonemos el desliz…
Bajo el aparente look de una clase B se esconde una de las más pobres producciones estadounidenses que hayamos visto alguna vez. No en recursos de producción, que sería lo de menos, sino en inspiración y profesionalismo. Históricamente han existido títulos modestísimos en presupuesto que con inteligencia y algo de talento han conseguido superar sus limitaciones. Recordemos que los mejores exponentes de la clase B son aquellos que generan la sensación de valer más de lo que realmente costaron. Por eso Roger Corman fue uno de los más notables especialistas en obtener productos comerciales decentes con cifras irrisorias. La Oscuridad, desde lo temático, es probable que apunte más alto que el estándar pero en definitiva esa ambición provoca que el fracaso artístico sea todavía más categórico.
La película narra un Apocalipsis abrupto e insólito cuando las sombras nocturnas empiezan a devorarse a la gente dejando sólo sus ropas. Un porcentaje mínimo de la población se ha salvado pero por la noche vuelve el peligro de desaparecer para siempre. Esta idea argumental es factible de ser explotada de varias formas: jugando con la mirada micro, macro o una combinación de ambas. Anderson y el ignoto guionista Anthony Jaswinski, obviamente se han inclinado por la micro. Para desarrollarla nada más idóneo que el viejo truco de encerrar a varios personajes en un lugar físico determinado (como en la clásica La noche de los muertos vivientes y tantas otras). Jaswinski reúne en un bar a dos hombres, una mujer y un preadolescente a los que ha caracterizado con la torpeza de un amateur. Los conflictos que los movilizan son de manual y tan precarios que ni siquiera dos intérpretes del nivel de John Leguizamo y Thandie Newton salen bien parados de la experiencia. Hayden Christensen, por su parte, tal vez esté en condiciones de protagonizar filmes de acción por su porte o su rostro pero si como actor dramático no da la talla y encima lo dirigen en piloto automático... Sinceramente, no encuentro palabras para describir la “actuación” de este muchacho.
Sin justificar nunca el origen del fenómeno, todo queda reducido a especular sobre quién será absorbido por las sombras y quién no. Argumentaciones filosóficas, existencialistas e incluso científicas pueden tener cabida en el contexto de la historia. No importa, da igual, la trama es tan deslucida, inerte y desganada que a los treinta minutos de metraje la atención del espectador ya está irremediablemente perdida. Quien siga sentado luego de la hora de proyección se asegura la canonización…