Testigo y parte de la revolución
El documental rescata la figura de Jorge Masetti, periodista y militante, fundador de la agencia Prensa Latina en Cuba y creador del EGP en la Argentina. La película aporta valiosos testimonios de García Márquez, Osvaldo Bayer y Ciro Bustos, entre otros.
Algunos acontecimientos de la historia, no por públicos e históricos dejan de ser poco conocidos: sus protagonistas son fantasmas secretos cuyos nombres difícilmente aparecen en las versiones oficiales o en los libros. El de Jorge Masetti es uno de esos nombres y su historia, un relato que merece ser iluminado para destacarlo entre el polvo al cual se lo ha relegado por décadas. Sobre todo en un momento político en el que el revisionismo ha conseguido a fuerza de codazos (necesarios, inevitables) recuperar un lugar desde donde discutir y reorganizar la trama histórica tradicional. En esa línea se encuentra La palabra empeñada, film documental dirigido y escrito por Juan Pablo Ruiz y Martín Masetti (nieto de Jorge). No es menor el hecho de volver a traer a la superficie su figura, porque puede ayudar a comprender algunas de las motivaciones que insuflaron el espíritu revolucionario a varias generaciones de jóvenes en América latina. Pero además porque él mismo, sin buscarlo, acabó convertido en un nodo central del mapa político de los años ’60, en el que convergían y del cual partieron infinidad de líneas que dejaron huellas más notorias de las que se le reconocen al propio Masetti.
Antes que nada, Jorge Masetti fue periodista y ahí comienza su historia grande, que es la que La palabra empeñada busca rescatar. Como enviado especial de Radio El Mundo, fue el único cronista argentino que cubrió la gesta cubana a finales de los ’50. Ahí consiguió históricas entrevistas con Fidel Castro y con un Ernesto Guevara al que todavía no se le notaba la cadencia caribeña en el acento. Masetti, como tantos hombres que, de un modo u otro, tuvieron la oportunidad de ser testigos de todo aquello, acabó fascinado tanto por el espíritu de la Revolución como por las personalidades cautivantes de sus líderes, y decidió cambiar Buenos Aires por La Habana.
A partir de este dato La palabra empeñada reparte su relato en tres partes, que de manera cronológica ordenan la progresión del proceso de cambio operado en Masetti. Y comienza por su regreso a Cuba como periodista para fundar Prensa Latina, hito fundamental para terminar de definir la forma en que aquella Revolución elegía mostrarse al mundo y contrarrestar la acción mediática del imperio enemigo. Desde allí los puentes tendidos son poderosísimos. Figuras tan importantes como Rodolfo Walsh (cuya militancia periodística lo llevó a la desaparición en 1977, como responsable de Ancla, la agencia de noticias clandestina de Montoneros) o el más tarde Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, formaron parte de aquella empresa; sus nombres, por sí solos, dan una idea de la importancia de Masetti entre sus contemporáneos y el respeto que merece su labor en la proyección histórica. Más tarde declinará su labor periodística para abrazar lo que él consideraba una obligación como soldado revolucionario y en esa transformación se basa la segunda parte de la película. Masetti viajó por el mundo como agente cubano, de Argel a Praga, trabando amistad con algunos de los líderes políticos de la época. Ya la tercera y última parte se centra en uno de los sueños que este periodista convertido en guerrillero compartía con su amigo El Che: llevar la revolución a la Argentina.
Más allá de un formato documental demasiado tradicional, La palabra empeñada tiene dos grandes virtudes. La primera es la impecable lista de cabezas parlantes, que incluyen desde el director de cine Alejandro Doria, el historiador Osvaldo Bayer y el mencionado Gabo, hasta su compañero de campaña Ciro Bustos y otros hombres que estuvieron bajo las órdenes de Masetti en la selva de Orán (Salta), todos capaces de contar en primera persona la influencia y la importancia de su figura. La otra es la habilidad de Ruiz y Masetti (nieto), directores y guionistas, para infundirle al relato (sobre todo en el acto final, “La revolución en la Argentina”) una tensión narrativa a la que hasta se puede emparentar con otros géneros, como el thriller político. En ese reparto de fortalezas y debilidades, La palabra empeñada entrega un balance positivo que cumple con creces el objetivo de rescatar un nombre, un apellido y una historia.