No es sencillo retratar desde la ficción un universo donde precisamente lo ficticio está a la orden del día. El tema central de La panelista es el detrás de escena de un programa de interés general –donde todos hablan de cualquier temas, más allá de que los dominen o no– muy similar al que se ve en cualquier momento, en cada vez más más canales de la televisión argentina. Y de la televisión, justamente, proviene el grueso del elenco, en lo que es un intento por (re)vincular las audiencias de ambas pantallas.
Marcela (Florencia Peña) es una de las panelistas de un programa de chimentos conducido por Chiqui (Favio Posca), un hombre cruel, despiadado y exitista, como todos (y todas) aquí. Atravesada por los mandatos estéticos de la televisión, en la primera escena ella negocia una cirugía plástica a cambio de menciones al aire, mientras que sus compañeros intentan lucirse a como dé lugar. Ninguno de ellos puede atribuirse un matiz positivo, incluyendo la directora del canal (Soledad Silveyra).
En un contexto donde a nadie le interesa la información ni el dato duro, sino el petardismo y las acusaciones gratuitas, la supuesta muerte de un actor chileno exhibe la peor cara de todos ellos y del programa, con lágrimas forzadas y mensajes emotivos, mientras se siguen los números de audiencia. Una mirada tan descarnada como obvia sobre la cocina televisiva.
En su parte central, la película cambia ese rumbo grotesco para abrazar el thriller, un cambio de tono sorpresivo pero que refuerza el espíritu crítico de un film al que, sin embargo, se le notan las costuras. Porque a La panelista le interesa más señalar las miserias televisivas, con su apego por lo efímero e intrascendente, que construir un relato sólido, con personajes desarrollados que sean algo más que portadores de valores negativos.