La panelista es una tragicomedia negra, muy atípica en el panorama reciente del cine argentino, que retrata sin sutilezas un mundo muy reconocible. Lo que se retrata aquí es el mundo de la TV que se asoma a la realidad de la manera más frívola que pueda imaginarse, habitada por seres mezquinos, calculadores y sin escrúpulos, dispuestos a emplear cualquier medio (hasta el más cruento) con tal de sacar ventajas, alimentar sueños de fama y fortalecer así sus espacios de influencia y poder.
Como los personajes no pueden (y no quieren) escapar a todas esas tentaciones, la trama los envuelve en situaciones cada vez más complicadas, con hechos de sangre incluidos, y los arrastra a conductas extremas, casi surrealistas, que facilitan la construcción de la sátira y permiten, de paso, tomar conveniente distancia de cualquier riesgo de comparación directa con experiencias de la vida real.
El relato sufre por la confusión de acentos (estamos ante una coproducción argentino-chilena) y unas cuantas vacilaciones en la progresión de situaciones y diálogos, pero a la vez tiene muy bien claros sus propósitos y logra expresarlos con bastante convicción. Hay varios aciertos de casting (Florencia Peña, Campi, Posca, Silveyra), mucha ironía autoconsciente y la sensación de que con algunos ajustes y menos apuro en la resolución de unas cuantas escenas los resultados hubiesen sido todavía más satisfactorios.