Marcela Barrios (Florencia Peña) lleva varios años atrapada en ese paso previo a la verdadera fama sin poder dar el salto, en parte por su propia banalidad y también por estar bajo un jefe paranoico y autoritario (Favio Posca) que sabotea a cualquiera que amenaza con lucirse más que él.
Un golpe de suerte le da su oportunidad de destacarse en el programa donde sabe que tiene los días contados, cuando casi por accidente descubre la verdadera historia detrás de la muerte de un querido actor al que todo el país está llorando. Pero su compañero Ricardo Toledo (Diego Reinhold) recibe la información al mismo tiempo que ella, provocando una discusión sobre quién debería dar primero la noticia al aire, en la que Toledo muere accidentalmente.
En vez de buscar ayuda, la panelista entra en pánico y decide ocultar el cuerpo; una decisión que le permite dar la primicia y convertirse en el centro de atención por varios días. Por lo menos, hasta que alguien descubra lo que realmente sucedió con Toledo.
La Panelista, la primicia y el muerto
Voy a comenzar con una confesión: la lista de nombres del elenco de La Panelista me alcanzó para prejuzgarla como otra comedia burda argentina más, de esas que cada tanto la industria local saca para explotar la fama de un par de caras conocidas sin preocuparse mucho en el producto que están haciendo. Pero La Panelista tiene poco que ver con eso, porque es una comedia negra y bastante ácida sobre el mundo de la televisión, que usa un crimen para exponer las miserias de sus personajes.
No deja de tener evidentes problemas de recursos y algunos vicios televisivos, pero marca la diferencia con un estilo de dirección que apuesta a contar con imágenes un guion bastante sólido, el cual va plantando información que más tarde será necesaria y para que eventualmente todo suceda por algo.
Desde la jefa de programación capaz de tirar a cualquiera abajo de un tren por un punto de rating, al guardia de seguridad que conoce los secretos de todo el mundo desde su oscuro bunker, pasando por el conductor despótico que no pasa un día sin abusar de su posición, La Panelista retrata un mundo frívolo y salvajemente competitivo donde nadie es del todo inocente, por lo que tener personajes al borde de la caricatura no llega a ser completamente inverosímil. Es creíble que hasta cierto punto estén desapegados de la realidad general. Todos ellos encarnados por un elenco de tradición televisiva quienes, aunque no terminan de deshacerse de los vicios clásicos del formato, sorprenden con interpretaciones más contenidas y verosímiles de lo que prejuzgando por sus nombres podría esperarse.
Entre los costados más endebles de La Panelista están los que suele tener cualquier película con más ambiciones que presupuesto, sobre todo algunos detalles del vestuario o la ambientación donde se nota mucho el artificio y que el trabajo de fotografía no puede ni intenta disimular. Eso se hace un poco más notorio cuando el director Maximiliano Gutiérrez (Tokio) despliega algunas pretensiones estéticas poco frecuentes en este tipo de producciones: hay planos continuos que recorren varios espacios con personajes entrando y saliendo de cuadro con un buen ritmo y fluidez, contrastando con la rusticidad de la imagen general, pero que igualmente alcanzan para vislumbrar cierto potencial que no termina de desarrollarse en La Panelista aunque está a la espera de una buena oportunidad para terminar de florecer.