LA MALA TELEVISIÓN
La panelista es una comedia negra centrada en el mundo de la televisión, con un personaje (o un grupo de personajes) que busca ascender sin importarle cómo. A la protagonista, Marcela (Florencia Peña), la oportunidad de ascenso le llegará accidentalmente y a partir del asesinato de un compañero del programa. Esto, y con este tono entre cínico y misantrópico, lo hemos visto muchas veces en el cine. Y la película de Maxi Gutiérrez no se corre demasiado del molde. Por lo pronto, sabemos que este tipo de historias tienen dos finales posibles: la corriente siniestra en la que el personaje amoral logra su objetivo y termina en la cima o la corriente moralista, donde finalmente el personaje sufre algún tipo de aleccionamiento por sus actos. Por lo pronto, una vez que La panelista muestra sus cartas y pone a andar su premisa, solo esperamos ver qué camino toma la historia. Lo que importa, como siempre, es el recorrido.
Por lo general el cine usa a la televisión para señalar con el dedo toda su trivialidad, como si en el cine las mediocridades, los espíritus competitivos, los talentos discretos, los arribistas, no formaran parte del paisaje. Sin embargo en La panelista hay toda una vuelta de tuerca que podría haber puesto a la película en un terreno de autoconsciencia y metalenguaje más que interesante. Todo el reparto, con ligeras excepciones, está integrado por actores y actrices que se han hecho populares en la televisión; incluso algunos de ellos integrantes de programas como los que el film de Gutiérrez señala con absoluto escarnio. Sin embargo eso no lleva a la comprensión de esas criaturas, sino más bien todo lo contrario, a una suerte de concierto de hijaputeces propias de alguna comedia insociable de Robert Altman. Por lo que uno tiende a reflexionar, mientras mira la película, si esta gente es feliz haciendo lo que hace. Seguramente esto no tenga que ver con la película, pero esa es una seña también de que algo falla en La panelista para que pensemos en otras cosas mientras los personajes se mueven en la pantalla.
No se puede decir que Gutiérrez no tenga algunas ideas visuales. Hay unos travelling por los pasillos del canal que funcionan narrativamente y algún momento, como el de la revelación de un dato clave mientras el programa dentro de la película está al aire, que mantiene cierta tensión. El problema de La panelista (o uno de los problemas) es que si la comedia negra le sale más o menos, en determinado momento la película gira hacia el thriller, acumulando giros improbables y situaciones forzadas como todo el clímax donde definitivamente lo que pasa en la pantalla es inverosímil. Con eso pasan dos cosas: por un lado, que la película pierde el mínimo rigor que había logrado desde su puesta en escena que intenta ser ajustada, pero por el otro -y más importante aún- que pone en evidencia que quiere decir cosas sin importarle muy bien cómo. Y ahí, inconscientemente, termina cometiendo el mismo error que su protagonista. La influencia de la mala televisión es tal, que termina empantanando a una película que intenta burlarse de la mala televisión.