Hubo coincidencia unánime a la salida de la proyección. Tratando de definir qué es lo que acabábamos de ver, de tratar de encontrarle alguna explicación, todos opinamos que en “La parte ausente” el problema por excelencia era el guión.
Este es un claro ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas en el cine. Digamos, si vas a homenajear, o mejor dicho extraer ideas de otras miles de películas del género al que querés adscribir, hacelo bien, y móntalo mejor.
Si al menos tendríamos la sensación de estar frente a una broma, pero no, el filme se posiciona en todo momento como queriendo ser serio.
Comienza dos veces. La primera, con un texto larguísimo queriendo decirnos que estamos en una época post apocalíptica en mi Buenos Aires querido, y que la moda es la experimentación e investigación en ingeniería genética con seres humanos secuestrados, asesinados, etc.
La segunda apertura, es a través de una niña que nos cuenta el estado de situación de la sociedad, o eso al menos es lo que parece que decía el personaje que desaparece hasta el final del relato, para darle un cierre tan incoherente como el principio y el desarrollo del mismo.
Luego, el tratamiento del mismo sólo tiene como modo de continuidad la oscuridad en que se desarrollan la mayoría de las escenas, la mayor parte de ellas nocturnas. Todas inconexas, sin justificar la aparición de personajes, sin mediar desarrollo alguno y con su posterior desaparición.
En esta ensalada, más proclive a un revuelto gamajo, hablando de arte coquinario, ese en que se pone lo que se encuentra y se revuelve sin un orden, tal es la construcción de esta historia, donde tenemos de todo. Empezando por científicos excéntricos, tirando a desequilibrados mentales, mutantes, vampiros, personajes supuestamente mitológicos, y los dos más importantes: un asesino a sueldo, con aires de detective privado, llamado Chockler (Alberto Ajaka), al que se le suma una mujer, Lucrecia (Celeste Cid), con aires de fatalidad en su cuerpo, no en el rostro. Podríamos decir que Lucrecia oculta un no se qué cosa que, a través de sonidos guturales, parecen desear que el espectador la considere un mutante, mitad humana, mitad bestia salvaje, que aunque se esfuercen sigue siendo angelical, quien contrata al asesino para que encuentre y/o asesine a la tercera pata de la supuesta historia que nos quieren contar, ese misterioso “tercer hombre” (no confundir con el filme de Carol Reed del año 1949), Víctor (Guillermo Pfening) ¿Tan peligroso como mutante? Sin dejar de lado que Lucrecia lo quiere muerto a Víctor, al mismo tiempo de seducir a Chockler. Pero él es ante todo un profesional, por lo que termina siendo seducido por la femme fatale y el relato se desliza hacia una posible e incomprensible historia de amor. Sí, así como lo lee, pero esto no es lo peor.
La cuestión es que todo es demasiado confuso, tampoco ayuda la verificación de que los rubros, mal llamados técnicos, la fotografía estaría casi a resguardo sino fuese por algunos detalles, como que sólo llueva sobre los personajes: los efectos especiales atrasan 100 años, más o menos,: el diseño de sonido y la banda sonora saturan el espacio aéreo, para sumarle que los diálogos parecen estar realizados en estudio, pues mucho de lo que hablan los personajes y las onomatopeyas que producen lo hacen con la boca cerrada, por ejemplo Chockler se la pasa jadeando, no importa si en la escena, esta sentado observando por la ventana, o si mira con binoculares a otros personaje en una escena en el hipódromo, el jadea.
Todo se suscribe a ese nivel de pauperización del cine, a punto tal que hasta Luis Ziembrosky, lo mejor de esta producción, en el rol del amargo y triste dueño de un bar de “mala muerte”, al que le secuestraron la esposa, y al mismo tiempo funciona como amigo de Chockler, por momentos cruza la línea y aparece como exacerbado en su personaje por lo que pierde credibilidad, y eso con éste actor no es cosa fácil de lograrlo, hay que esmerarse, y mucho.
Le sigue en esta escala de evaluación Celeste Cid, quien aporta lo suyo, no sólo es sensual, cuando lo necesita, también se presenta como sexy, al mismo tiempo que se muestra frágil.
Todo el resto es material descartable, no sea que éste experimento contagie.
En realidad no se si estoy hablando de la película, o de la realidad cinematográfica autóctona.