80 minutos de vacío
Hay muchas, demasiadas ideas en La parte ausente, ninguna de ellas del todo bien desarrollada. En el film se puede apreciar toda una mixtura de géneros, temas y atmósferas: el vínculo con Blade runner es evidente (el noir dentro del contexto de la ciencia ficción, con un espacio urbano lluvioso, oscuro, tan atemporal como post-apocalíptico), pero también tenemos un coqueteo con el cine de terror a través de experimentos genéticos y mutaciones, el drama romántico y hasta un poco de alegoría social. Al director y guionista Galel Maidana, en su primer largometraje ficcional (antes había dirigido el documental La asamblea), se le notan las ambiciones, pero claro, esas ambiciones no equivalen a resultados.
En buena medida, La parte de ausente no termina de alcanzar sus objetivos porque no termina de definir la forma de alcanzarlos. Y esto se nota especialmente porque el relato tarda muchísimo en arrancar: durante por lo menos media hora (dentro de un metraje total de ochenta minutos), el film gira en el vacío, sin rumbo, hasta que por fin comienza a encarar de manera más cabal su historia, centrada en Chockler (Alberto Ajaka), una especie de investigador privado al que una hermosa y misteriosa joven, Lucrecia (Celeste Cid), le encarga encontrar a un hombre llamado Víctor (Guillermo Pfening), vivo o muerto. Como no podía ser de otra manera, la investigación se irá complicando y lo irá guiando a Chockler hacia la propia Lucrecia, descubriendo todo un entramado donde se mezclan las carreras de caballos, experimentos ilegales, intereses bastante tétricos y eventos de características sobrehumanas.
Aún después de plantear su premisa, La parte ausente sigue exhibiendo numerosos problemas narrativos, regodeándose en su lúgubre estética y en diálogos pesados, sentenciosos y sobre-explicativos (muchos de ellos en boca de un personaje encarnado por Luis Ziembrowski). De ahí que los protagonistas jamás adquieran un real volumen en sus características, sin salir del estereotipo, provocando un distanciamiento con lo que se está contando que es sumamente contraproducente. A la película sólo se le pueden reconocer sus rubros técnicos, como la dirección de arte y la fotografía, que le dan a esa ciudad un tanto inabarcable que es Buenos Aires una impronta novedosa y distintiva. El resto son minutos que pasan y pasan, sin llegar a tener un real impacto.