Por una botella. O dos
La parte de los ángeles es una comedia de Ken Loach. Para el público cinéfilo tal definición puede resultar suficiente. El maestro inglés, ciertamente muy prolífico, ha realizado documentales combativos, un rico y variado cine político -en el sentido más ceñido del concepto- y comedias de tono costumbrista en las que nunca ha evitado abordar diversas problemáticas sociales.
La película comienza con una sencilla y maravillosa secuencia donde muestra la resolución de una serie de juicios menores, todos ellos con condenas a trabajos comunitarios. De este modo, Loach nos presenta a los personajes, las problemáticas diversas por las que transitan y el espacio donde todos ellos se van a encontrar. Robbie, un joven violento con antecedentes en la cárcel, es el centro de este grupo que, al mando de Harry, marchará en una camioneta a pintar y limpiar diversos espacios públicos. Robbie está por ser padre y desea recomponer su vida, aún cuando son muchos los factores externos que pugnan por impedir que esto ocurra. ¿Cómo obtener un trabajo digno con sus antecedentes? ¿Cómo dejar atrás el pasado de peleas y cuentas pendientes? ¿Cómo alejarse de los sectores más marginales de la sociedad?
Ese es el nudo principal de la comedia. En una interesante vuelta de tuerca, el futuro de Robbie no estará lejos del delito y la estafa. Para poder salir de esa suerte de telaraña en la que está atrapado, el recurso será mudarse de ambiente y de lógica. Todo se hará posible cuando descubra su talento para catar whiskies de alto rango. Así, Robbie muda de ambiente. Ya no será un violento ladrón, consumidor de drogas para marginales. Se convertirá en ladrón y estafador en un ámbito sofisticado. Ese cambio no solo reportará acceso a más dinero, sino que se verá exento de la culpa moral que supone su reconversión social.
Este giro del guión es el que permite el desarrollo de una comedia vital y mordaz, al mismo tiempo que pensar sobre la contradicción entre la sociedad opulenta del capitalismo post industrial en el que el trabajo productivo está menguando. Loach focaliza en exponer las limitaciones de los sistemas sociales en contener y dar oportunidades a quienes atraviesan situaciones conflictivas, como los personajes del grupo condenado a “probation”.
El realizador conoce al dedillo las claves de la comedia y construye los personajes justos. Cada uno de los compañeros de Robbie no tiene más remedio que cargar en solitario con sus problemas, pues el Estado y la sociedad civil sólo están para condenar. De modo que el único recurso parece ser convertirse en una “Liga de la justicia” que, a la Robin Hood, se aprovechan de sus talentos sumados para robar una invalorable botella de whisky. O dos.
En la elección de los actores Loach tuvo en cuenta tanto actores profesionales como no profesionales o con mínima experiencia, privilegiando la concepción del personaje y la posibilidad de encontrar la complejidad de los mismos sin que esto requiriera sobreactuación. Y lo logró con creces. Todos los personajes están moldeados con profundidad y con actuaciones sencillas. Este es un valor más que importante en una comedia inteligente como La parte de los ángeles.
¿Cuánto podría pagar una persona por un vaso de un whisky incunable en esta sociedad global? He aquí también la lectura obligada que La parte de los ángeles nos impone. La pregunta que queda flotando es: ¿cuál es la medida y el sentido del valor de un bien en un capitalismo concentrado que tiene magnates inalcanzables y marginados invisibles?