Una metáfora por la vía del whisky
El director inglés elige esta vez la clave de comedia agridulce, con una salida esperanzadora, para acercar otro de sus retratos sociales. Para él, la risa es un instrumento revolucionario, porque permite afirmar la resistencia a la opresión.
¿Qué es lo que media entre lo que moviliza al gran retratista social en el cine de nuestro tiempo, Ken Loach, al llevar adelante este proyecto fílmico, que nace de pensar el estado de ánimo de tantos jóvenes desocupados de hoy y la imagen que muestra el afiche original, en la que un grupo de ellos, cuatro en este caso, vestidos con sus características prendas escocesas dan saltos de felicidad, en el aire? Ya desde esta imagen, y a diferencia de la mayor parte de sus films que recorren un arco de cuatro décadas, nos instalamos en el plano de una comedia; pero claro está, no por ello, exenta de presentar ciertas problemáticas que son familiares en su obra. Y esto ya desde el prólogo, desde el sistema de credits, donde se están leyendo las causas por las cuales algunas de esas personas son acusadas de haber caído en una falta, en una transgresión, en algo que el sistema policial y jurídico prohíbe y sanciona. Como el que le corresponde a esa joven mujer respecto del reclamo por las leyes sociales, que nos lleva a pensar, en cierta manera, en algunos aspectos, en uno de sus films más polémicos, Ladybird Ladybird, de 1994.
Ambientada en Glasgow, en La parte de los ángeles el realizador de origen inglés, nacido en 1936 ofrece aquí un itinerario que nos ubica ya desde el inicio del film en una zona límite, en un espacio de riesgo, andenes y vías de un tren, para inmediatamente, a través de una presencia coral poner en acto una acción en conjunto que, insospechadamente, abrirá compuertas y destapará fragantes y deseadas botellas de whisky que esperan.
Merecedora del Premio del Jurado en Cannes 2012, año en que el mismo fue presidido por el notable cineasta Nanni Moretti, y en el que la conmovedora y sublime Amour de Michael Haneke recibió la Palma de Oro, La parte de los ángeles toma su nombre, y así es en el original, de una expresión, de un modismo, que remite a lo que en Escocia se identifica como "a lo que se va evaporando, mientras se va añejando, envejeciendo, el whisky, dentro de los barriles". Figura que bien podría pensarse como metáfora del mismo devenir de los personajes.
Las criaturas de Ken Loach parecen tocar el cielo con las manos, en el afiche original. Ese salto, ese brinco, al unísono. Y el film traza ese periplo por la vida de estos personajes, los momentos cotidianos, sus vínculos. Desde los primeros momentos en que deberán cumplir con trabajos comunitarios hasta, como ocurre ciertamente en las fábulas, pasar a ser lo que ni siquiera cada uno de ellos sospecha.
Cuando el estreno del film, en numerosos países, la crítica fue particularmente desigual. Y esto se da particularmente cuando un actor, actriz, director, elige componer otro tipo de roles, asumir otro tono en la manera de contar. Su filiación a las corrientes de izquierda, sus definiciones, llevaron a que numerosos ortodoxos no le permitieran a Ken Loach distraerse de narrar problemas sociales, desde otra perspectiva; permitirse que sus personajes vivan algunas andanzas, recuperar cierta picaresca; sin que por ello haya hecho concesión alguna a las leyes del mercado. Algunos inclusive la han calificado de "banal" y otros han igualado mecánicamente el vocablo "fábula" al de "cuentos de hadas" con poco creíble final feliz.
Desde ciertas aseveraciones que descalifican deberíamos, creo, revisar qué comprendemos por "final feliz", que llegamos a pensar respecto de "un final esperanzador" y seguir viendo de qué manera las notas críticas se hacen presentes en las más caprichosas de las ficciones. Desde mi punto de vista, La parte de los ángeles no se puede caracterizar como un film complaciente y mucho menos confundir una sonrisa con una cínica carcajada.
Admiro el cine de Ken Loach. Y si pienso en los cineastas que lo acompañan en su país, allí están, Mike Leigh y Stephen Frears. La sociedad de Thatcher, hoy reciclada y potenciada por los nuevos magnates, entre ellos la canciller alemana Angela Merkel y aliados, la situación de los inmigrantes, los barrios periféricos, el desamparo que sufre la clase trabajadora, la arbitrariedad de ciertas leyes, los horrores y negocios de la guerra, son algunos de los grandes temas que estos tres cineastas vienen planteando desde recortes de vidas cotidianas.
En la filmografía de Ken Loach, director que mira hacia Latinoamérica en La Canción de Carla, centrando su atención en Nicaragua; hacia la explotación de los cruzan las fronteras de Méjico a Estados Unidos, en este caso, mujeres que serán explotadas en tareas de limpieza, como lo hace en Pan y Rosas, no hay absolutamente nada que pueda seducir a la gran pantalla de hoy. De ahí que sus films, si bien muchos de ellos son reconocidos en numerosos festivales, sólo se presentan en pequeñas salas. Sus obras, al igual que la de tantos otros directores, deberían programarse en escuelas, fábricas, clubes de barrio.
En Italia, cuando el estreno del film el pasado 13 de diciembre, en rueda de prensa, el director comentaba: "Esta vez sí, y sé que es un riesgo, elegí el humorismo por espíritu de contradicción. El mundo parece decirle a muchos jóvenes: no me interesás, no me ocupo de vos. Frente a ello, he preferido mostrarlos de otra manera: desde su vitalidad, alegría, fantasía; capacidad de creer en el futuro. Hoy la risa es un instrumento, podemos decir, en parte, revolucionario; un modo de afirmar que estoy todavía aquí y que estoy dispuesto a resistir al miedo, a la opresión".