Camaradas descastados
Aunque se extrañan las delicadezas formales de otros films y por momentos hay más guión que frescura, el director inglés logra una corriente de simpatía con sus actores no profesionales.
Ganadora de un exagerado Premio del Jurado en Cannes 2012, La parte de los ángeles es lo que podría considerarse “un típico Ken Loach”. O un típico Ken Loach & Paul Laverty, si se prefiere, teniendo en cuenta que se trata de la undécima colaboración al hilo entre el realizador de Tierra y libertad y su guionista estable desde La canción de Carla (1996). Como en Riff Raff o Como caídos del cielo (previas, en verdad, a la etapa Laverty), el protagonista es parte de un grupo que en este caso no está formado por trabajadores, sino por pequeños infractores de la ley. Estos desfavorecidos antihéroes tratan de ponerle el pecho a la adversidad, oscilan entre la desesperanza y la búsqueda de salida, su franqueza, ingenuidad y sentido del humor mueven a cinchar por ellos. Interpretados como en otras ocasiones por actores no profesionales, esta vez sobra guión y falta algo de frescura en sus andanzas. Por más que uno pueda reírse con sus bromas chuscas, simpatizar con la condición de desaventajados o desear que les vaya mejor de lo que les fue hasta ahora.
Algo debe saber Mr. Laverty, que antes de escribir guiones ejerció la abogacía, de la relación entre la ley y quienes la infringen. En este caso se trata de infractores muy menores. “Por qué no se deja de joder y se dedica a perseguir violadores, asesinos en serie y pervertidos”, le sugiere Mo, que lleva un mechón bordó, al policía que la atrapa por robarse un guacamayo de madera. A Rhino lo detuvieron por hacer pis sobre monumentos públicos, a Albert por caerse borracho sobre una vía y a Robbie por darle un navajazo al miembro de una bandita con la que se cruzó. A todos los condenan a prestar trabajos comunitarios. No le pondrán toda la onda al asunto. A Rhino no le gusta el color con que tiene que pintar una pared, a Albert le da fiaca pasar la espátula, Mo en cuanto puede se roba algo y Robbie está más preocupado por el embarazo de su mujer que por recoger hojas secas en el cementerio.
Como lo que más valora Loach es la camaradería entre descastados, la convivencia entre estos pares será casi ejemplar. Y el encargado de su custodia (John Henshaw, uno de los pocos profesionales del elenco) termina resultando algo más parecido a un padre sustituto o un ángel de la guarda que un servidor de la ley. Será durante una visita a una destilería, en un paseo de fin de semana conducido por el buenazo del custodio, que Robbie (Paul Brannigan, que lo interpreta, estuvo en prisión por un hecho semejante al que aquí se le imputa) descubre un don que desconocía. Aunque difícilmente haya probado un whisky en su vida, el muchacho es capaz de reconocer cada tipo de malta con una breve degustación. Eso llama la atención de un catador (Roger Allam, otro de los profesionales del cast), que le hará un encargo sumamente valioso. La astronómica cifra en juego tienta a cierto “operativo” conjunto de nuestros héroes, devenidos un cochambroso gang con kilts.
A propósito, La parte de los ángeles es una de esas películas de Loach que requieren de subtitulado... al inglés, dado el cerrado acento escocés que se impone en cada diálogo. Es también una de las películas en las que la palabra fuck y sus derivados más se usan, desde que el cine afroamericano dejó de existir. El peso del guión se siente sobre todo en la condición de padre primerizo que se le asigna a Robbie, en pareja con una chica que suena como demasiado clase media para un chico de la calle. También en las acechanzas que ponen a Robbie en la permanente condición de víctima potencial, tanto de la ley como de su suegro, un pesado de temer que tampoco “pega” demasiado con el aspecto angelical de la hija. Se extraña la falta de aquellos largos planos-secuencia, que en películas como Riff Raff, Caídos del cielo y, sobre todo, Tierra y libertad, daban a cada escena de grupo una carga de “vivo”, de verdad robada al paso, que renovaba el sentido de la palabra “realismo” y las llenaba de libertad. Hay, esta vez, más cálculo que verdad.