De lumpen a catador
Sobre las oportunidades, sobre la redención y la piedad se asienta el nuevo film de Ken Loach, que basó buena parte de su carrera en el realismo social. Pero el gran mérito de La parte de los ángeles es el tono del relato, alejado de la gravedad de muchos de los títulos del veterano realizador inglés, aunque sin dejar de marcar las injusticias y la falta de contención de los jóvenes de su país.
A partir de Robbie (Paul Brannigan), un joven lumpen de la ciudad escocesa de Glasgow que intenta un cambio en su vida cuando nace su hijo, Loach hace un mapa de los desclasados del lugar, pero con una mirada siempre piadosa y hasta divertida de esos personajes patéticos y adorables.
Criado en una ambiente violento, Robbie primero tiene que sortear el rechazo de la familia de la chica que lo ve como un perdedor y luego de un entorno marginal. Por un delito menor es condenado a trabajos comunitarios y allí encuentra a otros jóvenes que tienen historias parecidas pero sobre todo, allí está Harry (el extraordinario John Henshaw), el oficial a cargo de la custodia de los chicos, que le toma cariño al rebelde y confundido Robbie, y además lo introduce en el mundo del whisky. Inesperadamente el propio protagonista descubre que tiene un paladar privilegiado y que puede hacer una carrera como catador.
Pero el pasado y las costumbres pesan de manera decisiva para los personajes de Loach, y si bien el grupito de perdedores accede al universo de botellas clasificadas, de coleccionistas dispuestos a pagar miles de libras por una botella de whisky especial, los muchachos van a hacer los suyo pero de manera noble, como el pasaje a otra vida.
Desde su humanismo a rajatabla, Loach entiende a sus criaturas y decide que tienen derecho a algún tipo de revancha.