La redención por el camino del whisky
La nueva película del director inglés Ken Loach, con guión de Paul Laverty, trata una vez más sobre seres marginales. Personas a las que el destino parece haberles jugado una mala pasada ubicándolos en situaciones que los hacen víctimas, aparentemente irreversibles, de sus circunstancias.
Robbie (Paul Brannigan) es un joven a punto de ser padre, que es detenido por un episodio de violencia callejera. Aunque tiene antecedentes, dado que en esa ocasión los culpables fueron los muchachos del otro bando, lo condenan a cumplir una cantidad de horas de servicio comunitario. Allí conocerá a su encargado, Harry (John Henshaw), y a un variado grupo de personas que también deben cumplir su deber con la sociedad de esa forma.
Harry tiene un marcado interés por el whisky y su historia, algo que también seduce a Robbie, permitiéndole descubrir un talento que hasta entonces desconocía, y pensar en la posibilidad de cambiar de vida.
El guión de la película es interesante porque, con un ritmo muy bien sostenido, pasa del tener el tono de filme social sobre marginales a una suerte de suspenso en algo que puede definirse como un robo de guante blanco. Todo bajo un halo de comedia, apoyado fundamentalmente en las personalidades de sus compañeros de trabajo comunitario, los que terminan resultando entrañables.
Las actuaciones también son destacables: todos los actores cumplen con sus roles con una naturalidad notable, incluso en el caso de un actor debutante como es Paul Brannigan.
Lo destacable de la mirada de Loach es el desprejuicio: ninguna de sus criaturas es inocente, pero así y todo, ninguna se merece vivir estigmatizada por eso, o por el lugar donde nació, o por quienes fueron sus padres. Robbie, como tantos otros, se siente encarcelado en la vida que le toca llevar, y de la cual no puede salir, por más que se lo proponga, por su carencia de recursos económicos, aunque le sobren los de otra índole.
Un encanto aparte de la película es su lado pintoresco: el recorrido por las destilerías de whisky, la cata, la historia y la tradición escocesa a pleno, polleritas incluidas.
Loach logra cerrar una película positiva, pero sin caer en la ingenuidad ni en el milagro inexplicable, que muestra la voluntad que algunas personas pueden tener por cambiar su realidad, especialmente cuando la viven como una condena. Una oda a las segundas oportunidades, esas que cualquiera se merece en la vida.