Algunas formas
Más allá de su importancia documental, de su poder hipnótico y de su indiscutible categoría de obra maestra, Shoa (Claude Lanzmann, 1985) inaugura y establece los parámetros formales de cómo debe contarse la abyección más absoluta. Su lenguaje se compone de una acumulación desesperante de testimonios, se intuye en su montaje minucioso y se nutre de la crudeza, y también, de la apariencia de crudeza. El resultado es estimulante, no sólo está reflexionando sobre el holocausto ante nuestros ojos, nos incluye, nos pone de frente y nos obliga a mirar. A pesar de ser correcta y de factura impecable, a La parte por el todo le falta lo que le falta a la mayoría de los films sobre la última dictadura militar, robar un poco de ese lenguaje y de la forma que Lanzmann encuentra en Shoa.
La película de Andrés Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano se articula alrededor de los testimonios de tres hijos de desaparecidos nacidos en cautiverio. Los directores proponen, y logran mostrar los esquemas y la estructura que los represores ponían en juego para el trato de las embarazadas en los centros clandestinos de detención. De fondo por supuesto las pruebas contundentes del plan sistemático de apropiación de menores, y los resultados del único juicio que no fue alcanzado por las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos.
El problema de La parte por el todo se da en la excesiva estilización que utiliza a la hora de enmarcar los testimonios principales. Los directores terminan agregando al film una dimensión poética redundante e innecesaria que termina por quitarle contundencia a lo que se está relatando. Por un lado tenemos una música que subraya, sutil y recontra cuidada, ese mal argentino que es pensar que todo lo que se parece a Spinetta o a Pedro Aznar es bello. Es una música obvia y demasiado correcta que se agrega como elemento pero no termina sumando sentido. Y por el otro lado la manifestación del otro mal argentino que es hacer animaciones en vivo a lo Liniers. En el caso de La parte por el todo esta sección está a cargo de Maxi Bearzi, cuyo trabajo es de una obvia calidad pero que funciona igual que la música, embellece y estiliza aquello que no lo necesita.
Más allá de las cuestiones de forma que señalábamos, La parte por el todo tiene un par de momentos ciertamente conmovedores. Por ejemplo vemos que a pesar de los años transcurridos y de la repetición sin descanso de su testimonio, Miriam Lewin expresa claramente que no puede acostumbrarse a la idea de que los torturadores robaran bebés, a pesar de lo que dice lo importante es lo que muestra su rostro, un desasosiego que por suerte la cámara logra captar. Y además tenemos las breves apariciones de Jorge Rafael Videla en los videos del juicio por el robo de menores. Primero lo vemos declarar las mismas mentiras de siempre, uno se cree el convencimiento de esos tipos tan sólo con su actitud. Pero luego viene el clímax de la película que es la lectura de la sentencia, y vemos un recorrido por los rostros de quienes están siendo condenados. La cámara llega a Videla que se sentaba más o menos como Göring en los juicios de Núremberg, en el extremo inferior derecho. Cuando leen su condena la cara está a punto de romper en llanto, casi como haciendo puchero. Ese momento es un hallazgo de La parte por el todo. Un momento de íntima y patética humanidad que nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza de aquellos que nos gustaría pensar que son monstruos pero que son tan sólo humanos.
Por lo tanto con la potencia de alguno de sus momentos documentales, la película de Cantó, Nacif Cabrera y Persano termina salvando su excesiva estilización.