Perdonar es divino
La escena inicial, un intenso y largo plano, define tema y personajes. Paulina, joven abogada, le explica a su padre que quiere volver a Misiones a enseñar educación cívica en una escuelita rural. El padre es juez y trata de disuadirla. Idealismo y pragmatismo confrontan allí. Y seguirán confrontando. “Quiero ponerle el cuerpo a esta experiencia”, dice Paulina. Y demostrará que lo de poner el cuerpo no es una metáfora. La historia es conocida: se va a la escuelita, la violan, pero ella asume el espíritu sacrificial de la buena católica para seguir adelante. No condena a sus victimarios, no los denuncia, se agarra a ese ultraje para darle más contenido a una entrega que parece purificarla. Y al saberse embarazada, la mezcla de culpa y ofrenda le ilumina el camino hacia un incomprensible perdón. Paulina siente que a los violadores también son víctimas, que ellos también ponen el cuerpo (Paulina es violada y ellos son golpeados en la comisaría) y que es la injusta realidad la que en alguna forma los iguala. De nada valen los argumentos de ese padre. Tampoco la posición de su novio. Para ella, su decisión es un desafío, una manera de interpelar un mandato social. ¿Es lógico lo que hace? Santiago Mitre dio algunas pistas: “Decidimos que así como no había que juzgarla tampoco había que entenderla, sino acompañarla”. Y esa forma de poner el cuerpo acaba siendo para ella una toma de conciencia y un acto libertario. “Vos sos víctima no heroína”, le dice el padre. Pero ella siente que el perdón es una fuente de afirmación y que el ultraje quizá sea la manera de ponerse a tono con el lugar que ha elegido.
Film sólido, fuerte, que tiene en Dolores Fonzi una intérprete estupenda y en Oscar Martínez un compañero a su altura. Que no descuida ni una escena ni un detalle, que está bien dialogado y bien ambientado. Es intenso y creíble este drama de conciencia que invita a la reflexión. Paulina fue a evangelizar y terminó crucificada. Pero decide seguir adelante. Así termina.