Paulina (Dolores Fonzi) discute con su padre (Oscar Martínez) sobre su decisión de irse a dar clases a una escuela rural en Misiones. Él intenta disuadirla, con argumentos como su futuro promisorio en el poder judicial, un doctorado carísimo en curso y su capacidad e inteligencia que la hacen estar sobre calificada para el trabajo. Enseguida, viene la reacción por oposición de ella, que lo califica y lo ubica en el otro extremo: “reaccionario, conservador, clasista, elitista”.
La película se vale de estas posiciones antagónicas para construir su dualidad y la nuestra: de un lado, el padre y la sociedad (nosotros, los espectadores, incluidos); del otro, ella y su postura, que nos resulta absolutamente lejana y extrema. Y el punto de vista partido refuerza esta dualidad. Primero, la historia contada desde el punto de vista de ella. Después, los mismos acontecimientos desde la óptica del padre, de los violadores, del novio, con el asombro y la incredulidad de cada uno que es también la nuestra. Ahí mismo comienza el problema de los interrogantes que van a surcar el resto del relato: ¿para qué se toman las decisiones narrativas que se toman en La Patota? Y, en todo caso, ¿qué correlato tienen con el mundo que nos presenta?
Paulina parte de una posición tomada y ya es consciente de entrada de que va a hacer cualquier cosa para sostenerla, incluso llegar a niveles ridículos de los que ni ella puede dar cuenta. Paulina se somete voluntariamente a un proceso de transformación, a una metamorfosis social y física que parece motivada por sus convicciones progresistas y por su necesidad cuasi pueril de enfrentar ciertos prejuicios, más que nada (si no exclusivamente), los paternos. Ahí en donde la película de Tinayre la contraposición de los discursos de padre e hija estaba dado por concepciones del mundo que los rodeaba (y por los intentos de comprender sus horrores), aquí se convierte en una arbitrariedad, un ánimo ridículo de llevar la contra: nuevamente la duda, ¿desde dónde cuestiona lo que cuestiona la película de Mitre?
Paulina se muda. Empieza a dar clases en una escuela. Es rechazada pero sigue intentando encajar. Se hace amiga de la gente local. Deja a su novio. Es violada por un grupo de pibes. No los denuncia. Los identifica e intenta entenderlos y escucharlos. Queda embarazada y decide no abortar. Se muda con su amiga, también maestra de escuela. Se aleja de su padre y de todo su entorno. Incluso su aspecto físico cambia. Se vuelve más sucia, más desprolija, más fea, más descuidada, como si acaso para llevar la transformación al límite hubiera que simbiotizarse con el ambiente, con el entorno. De a poco parece que el cuestionamiento se transformara –al menos desde el interior del personaje– en una aventura absurda: una suerte de provocación de clase.
En algún punto del proceso de transformación voluntaria, Paulina deja de actuar con convicciones, con ideas, y pasa a ser una suerte de luchadora mesiánica (como le dice su padre) por una cruzada que solo ella enarbola. Ni los propios violadores la entienden. Sus acciones son tan disparatadas que la sensación es que estamos frente a una desquiciada, frente a una nena bien con culpa de clase que necesita lavar esa culpa y enfrentar a un padre que ella tilda de reaccionario. Y, de esta forma, el contraste con la película original es más violento: lo que en aquella era conciencia de mundo a través de la religión (como instrumento de perdón y confesión), en ésta es una suerte de revelación, un sincericidio de una progresista imbécil enlodada en un conflicto con papi.
Paulina dice que si denuncia a los violadores, como son pobres y no le importan a nadie, lo único que puede pasar es que los castiguen y que no haya justicia, y que todo lo que pasó es consecuencia de un sistema violento que solo genera más violencia. Para los pobres hay castigo pero no justicia. ¿La inclusión de la escena del castigo a los violadores pretende acaso mostrar que Paulina tiene razón, que la justicia solo busca castigar a los pobres? ¿se termina así justificando su comportamiento y condenando al padre que los manda a buscar? Pareciera como si la película no tolerara una sola contradicción pero, paso a paso, surgieran nuevas.
Después viene otro punto interesante. El padre le pregunta: “si te hubiera violado tu novio una noche borracho, ¿abortarías?” Y ella dice que sí. Ahí está el derrape definitivo. No se trata de una persona que lucha por la vida en todas sus formas y aboga contra la violencia en todas sus formas (o, como en la original, que la decisión de no abortar estaba relacionada con un tema de religión), se trata de una persona que solo denuncia la violencia cuando es direccionada hacia cierto grupo social. Pero la corrección política del espectador promedio hace que el odio a las clases dominantes parezca simpático y eventualmente más tolerable.
La Patota se vale de posiciones antagónicas para construir su dualidad y la nuestra.
Ella no quiere justicia: intenta hablar con el violador pero, frente a la negativa de éste, no hace nada; quiere tener el hijo porque es lo que le tocó, porque no va a intervenir de ninguna forma en el curso de los acontecimientos; se muda con su amiga porque es más fácil vivir con ella (que apenas la cuestiona, en lo que es una relación homosexual apenas insinuada) que enfrentar a su padre, que hace lo posible por entenderla pero llora de impotencia frente a la situación. Paulina no quiere lograr nada, solo enuncia ciertas cuestiones con la mayor de las liviandades y adopta una actitud pasiva frente a lo que vive. Esa transformación, esa metamorfosis extrema solo puede darse cuando se suspende cualquier criterio y cualquier lógica. Pero Mitre no es Dreyer, y lo suyo no es un vía crucis. Y, si lo fuera, resultaría una parodia progresista.
Eso es lo que incomoda, y el acierto (o no) de la película va en esa dirección: no hay forma de sentir empatía con Paulina, ni siquiera ganas de tratar de entender lo que pasa por su cabeza. La película la reduce a una simple imbécil fanatizada por una cruzada inexistente, pueril, infantil, inconsciente de sus acciones y, como tal, impune. La única empatía posible es con el padre, acaso el mayor damnificado de todos, inútil frente a una hija absolutamente alienada.
Y, de nuevo, me pregunto ¿el objeto de la película es mostrarla como una imbécil y hacer una crítica al progresismo bobo o, en ese plano final con ella caminando sola, intentar darle un aire de salvadora, de heroína, inmersa en un mundo reaccionario que no la comprende? No termino de entender la ideología subyacente pero siento que la película tampoco lo tiene en claro. O simula una duda desde el extraordinario cinismo de su falsa corrección: si hay una crítica a un sistema o si simplemente estamos frente al retrato individual de una idiota fanática y desquiciada es algo que poco importa. La cobardía de no asumir un riesgo parece ser un buen atractivo en los festivales.