Creer o reventar
Tras ganar el Gran Premio de la Semana de la Crítica y el galardón de la FIPRESCI en el Festival de Cannes, se estrena el esperado segundo largometraje en solitario del director de El estudiante.
La primera escena de La patota (un plano-secuencia de ocho minutos) podría ser perfectamente la continuación de El estudiante. Claro que no se trata de una asamblea universitaria en la Facultad de Ciencias Sociales sino de la charla (igual de descarnada y llena de cínicas chicanas) entre un influyente juez (Oscar Martínez) y su hija Paulina (Dolores Fonzi), que ha decidido abandonar su promisoria carrera judicial (abogada con doctorado) para embarcarse en un proyecto como maestra rural en la zona más profunda y desfavorecida de Misiones para dictar unos talleres de formación política.
¿Cuáles son los motivos que llevan a una mujer brillante, moderna e independiente a dejarlo todo y emprender un viaje en semejantes condiciones? ¿Acto de rebeldía, voluntarismo, militancia, hartazgo frente a una vida demasiado previsible? El diálogo (in)tenso entre padre-hija deja en claro que las contradicciones generacionales, los muy diferentes puntos de vista de cada personaje y los postulados de la corrección política estarán en el centro del debate, provocando y obligando al espectador a que se replantee una y otra vez sus convicciones, sus certezas.
Porque La patota es no sólo una película política al igual El estudiante sino también una propuesta incómoda, capaz de dejar perplejo al espectador ante cada uno de sus conflictos (muchos de ellos extremos), pero también por cómo los personajes (sobre todo el de Paulina) absorben y reaccionan frente a los hechos que enfrentan. Así, por momentos, uno se siente o se ubica más cerca del “reaccionario, conservador y resentido” (sic) del padre que de la chica joven, bella y feminista.
Inspirado en el clásico que Daniel Tinayre rodó en 1960 con Mirtha Legrand (hay algunas semejanzas generales, un par de tomas en “homenaje” y una locación principal –un edificio no terminado y abandonado– que se repite), el film de Mitre coescrito con Mariano Llinás desarticula la veta más religiosa del original para convertirse, en cambio, en un desafiante ensayo sobre las convicciones más intelectuales que místicas. ¿Cómo reaccionar frente a un hecho tan duro como una violación seguida de embarazo?
La patota se arriesga con un juego pendular en el que podemos empatizar con y a los pocos segundos rechazar por completo a Paulina (a sus decisiones, a sus acciones y a sus omisiones). ¿Se trata de una necesidad íntima de perdonar o aceptar una desgracia por culpa, lástima o compasión ante las profundas injusticias sociales y las diferencias de clase? Cuando para ella se abre un abanico que podría ser más tranquilizador (un aborto, ayuda profesional y el castigo a los culpables de semejante acto de violencia y humillación) la película se torna cada vez más inquietante y desafiante para el público con dilemas éticos y morales que, otra vez, remiten a la mencionada El estudiante.
Más allá de algunos pasajes donde el uso de la cámara en mano pegada a los personajes (un recurso bien dardenniano) transmite la precariedad y urgencia de la situación y del buen aprovechamiento de las locaciones naturales, La patota es, sobre todo, una película de actores. Sobre ellos (especialmente sobre la heroína/mártir que interpreta Fonzi, pero también sobre las contundentes apariciones de Martínez) descansa y se sostiene la potencia dramática –y por momentos emocional– de un film que desperdicia un poco a los personajes secundarios (los integrantes de la patota, el ex novio de Paulina que interpreta Esteban Lamothe) y que tiene algunas escenas (y varios diálogos y usos de la voz en off) que resultan demasiado forzados y didácticos, como para justificar exclusivamente ciertas vueltas de tuerca o reacciones posteriores.
De todas maneras, más allá de esos pequeños pasajes que le quitan un poco de fluidez y credibilidad al relato, La patota resulta una película audaz e inteligente (maneja muy bien las diferentes lógicas de cada personaje), características que en el cine industrial (porque esta apuesta está alejada de los estándares de la producción independiente de bajo presupuesto) no abundan. “La patota” de Mitre, Llinás y compañía lo hizo de nuevo…