Poner el cuerpo
La patota abre y cierra con dos escenas largas de diálogo entre Paulina (Dolores Fonzi) y su padre (Oscar Martínez), en las que discuten asuntos políticos pero no en el plano abstracto sino en el concreto de lo personal: cómo la política influye en ellos y hasta en sus cuerpos. Como sucedía en El estudiante, Santiago Mitre logra escribir diálogos que ilustran conceptos políticos complejos –en este caso con la ayuda de Mariano Llinás– y dirigir a sus actores para que los interpreten con una verosimilitud sorprendente.
En la primera escena, filmada con un plano secuencia, sabemos que Paulina es una promisoria abogada, hija de un juez de la provincia de Buenos Aires que de joven perteneció a agrupaciones de izquierda y ahora abandonó aquellas utopías y es un pragmático que intenta “cambiar las cosas” desde su lugar, sin heroísmo. Pero Paulina es joven e idealista y le comunica que quiere abandonar su doctorado y su carrera y poner el cuerpo: quiere irse a dar clases de política a una escuela rural del interior.
La película nos sumerge de entrada en el conflicto ideológico y nos interpela. No recuerdo otra película que ponga en marcha el intelecto del espectador con tanta intensidad y tan pronto como La patota, pero no para interpretar lo que pasa –que es cristalino– sino para analizar, discutir, pensar los temas que aborda. Tanto Paulina como su padre tienen un punto. De acuerdo a la ideología de cada uno, el espectador coincidirá más con uno o con otro, pero irá de la mano del texto recorriendo los barrios del pensamiento, ponderando los argumentos de los dos.
Después de este prólogo extraordinario empieza la película, los hechos de la película. Paulina, efectivamente, se va a dar clases a la escuela rural y una noche, volviendo de la casa de una amiga en moto, es violada por una patota. Y el conflicto central es qué hace ella con eso que le pasa, con eso que le hicieron, y qué hacen su padre y su novio (Esteban Lamothe).
Es difícil profundizar el análisis sin caer en el terreno del espoiler, pero creo que puedo decir que Paulina no quiere denunciar a sus atacantes porque, fiel a sus ideas progresistas, considera que ellos son tan víctimas como ella; su padre y su novio, en cambio, no comparten ni comprenden esta actitud. El espectador no quedará indiferente y no hubo pocos que salieron del cine irritados, pero el texto está planteado con tanta inteligencia que alienta polémicas que por otra parte son muy actuales: el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo aún cuando esa decisión a un hombre –a un padre, a un novio– le parezca monstruosa, hasta qué punto la violencia de género es un tema individual y hasta qué punto es social, y muchos más.
Evidentemente Mitre tiene esa antena que le transmite lo que decir, como cantaba Charly García, porque de la misma manera que El estudiante fue filmada en la Universidad de Buenos Aires en los días de la muerte de Néstor Kirchner y logró capturar todo ese ambiente, La patota se estrena en un momento en el que los temas de género y en particular la violencia contra la mujer están en la agenda pública como nunca. Tanto El estudiante como La patota estimulan el debate pero sin dejar de jugársela. El final de El estudiante –Roque diciendo que no, como los héroes que dicen “no” cuando todos dicen “sí"– es jugado y el de La patota –ese diálogo último y las imágenes durante los títulos finales– también.
La patota es una remake de una película dirigida por Daniel Tinayre y escrita por el español Eduardo Borrás, en la que Paulina (interpretada por Mirtha Legrand) no enseña política sino filosofía y la ideología que la mueve tampoco es política sino religiosa. Se pueden decir mil cosas acerca de La patota de Santiago Mitre: yo me quedo con la idea de que el progresismo de Paulina-Fonzi se parece mucho a la religión.