La redención es puramente individual
Con la actuación de la notable Dolores Fonzi, la película de Santiago Mitre transforma el peregrinar de la protagonista en la exposición de un Vía Crucis y excluye la actuación de la ley, como otros films argentinos contemporáneos.
Un once de agosto de 1960 se estrenaba en nuestro país otro de los esperados films de Daniel Tinayre, La patota, nombre asociado ya desde fines de los años cuarenta al de su principal actriz y compañera, Mirtha Legrand. Tinayre, nacido en Francia en 1910, es considerado junto a Torre Nilsson, Carlos Hugo Christensen, Mario Soffici y ese primer Fernando Ayala, otro de los grandes nombres de nuestra cinematografía de aquellos años. Y su larga trayectoria lo caracteriza por su gran conocimiento del policial y del melodrama.
Rever hoy La patota de Tinayre, ya un clásico del cine argentino, (se puede ver completa por YouTube, a partir de una emisión de "Función privada) lleva a redescubrir a un realizador de fuerte marca autoral, en la composición de los encuadres, en el tratamiento de la psicología de los personajes, en las atmósferas nocturnas. Y en numerosos films, tales como La Patota, Deshonra, Extraña ternura, El rufián, Bajo un mismo rostro, además de su última obra, La Mary, es el mundo de los suburbios, el de personajes marginales, el que ocupa el centro de atención de su indagadora mirada.
A partir de La patota, entonces, estrenada a pocos días de la marcha que tuvo lugar en contra de toda violencia de género, su realizador y co guionista, Santiago Mitre, en este su segundo film, tras la notoriedad alcanzada por El estudiante, permite reconocer algunos elementos en la trama argumental del film de Daniel Tinayre, cuyo guión lleva la firma de Eduardo Borrás. A diferencia del estreno de esta semana, producido en parte por Telefé y por la destacada labor profesional de Lita Stantic, el film de inicios de los sesenta se abría, tras una secuencia que se juega en los bordes de una situación de alarma, con una cita bíblica del libro de San Mateo, capítulo XVIII, versículos 21 y 22, que va a orientar la lectura del film hacia la situación del perdón y la redención cristiana.
Algunos críticos, entonces, desde la secuencia final, señalaban el carácter de moraleja del film, a partir de la actitud de aquella patota que comenzará a experimentar remordimiento ante la vejación cometida. Y más aún, ante las palabras que escuchamos de la boca del personaje que interpreta el recordado Alberto Argibay, quien junto a Walter Vidarte, Luis Medina Castro, Milagros de la Vega, José Cibrian y Floren Delbene, integran el cartel actoral de este film que merece reverse. Mirtha Legrand pasa a componer a una profesora que en una escuela nocturna vivirá la experiencia aterradora de una violación. Su nombre es Paulina y desde su condición de mujer hospitalizada, tras el terrible ultraje, el film se va construyendo como un doloroso flash back.
Paulina es también el nombre del personaje que asume con fiereza Dolores Fonzi en esta nueva versión. Graduada en Derecho, sin embargo, no desea quedarse junto a su padre, reconocido en el ámbito jurídico, en la Capital. Afirma su militancia en el deseo de participar en los programas ministeriales y por ello, no ya como abogada, sino como docente en "Formación Cívica," decide partir hacia la ciudad de Posadas.
Su personaje es el que nos lleva a interrogarnos. Su decisión, su obstinada manera de seguir adelante, tras esa violación que su director, Santiago Mitre --a diferencia del film de Tinayre--, subraya de manera directa frente a nuestros ojos, va dejando fuera de campo al funcionamiento de la ley. En su deseo de denunciar la injusticia social, la humillación y la violencia policial, decide, por ella misma, hacer caso omiso de un reconocimiento de sus agresores y seguir avanzando con la mirada puesta en una suerte de redención individual; llevando en sus espaldas el peso de un silencio, la carga de un dolor que asume, desde lo social, como propios. Tal como lo va a señalar el padre, rol que compone sensiblemente Oscar Martínez, dejando al descubierto su actitud declaradamente mesiánica. Actitud que nos lleva a nosotros a preguntarnos sobre sus decisiones, tanto respecto a sus negativas como el de ese embarazo forzado.
El film de Santiago Mitre, premiado en dos secciones en el último Festival de Cannes, transforma el peregrinar de la protagonista en la exposición de un Vía Crucis, que no contempla, por parte de ella, la necesidad de la actuación de la ley; ni de una toma de conciencia manifiesta de parte de los agresores. Toda una afirmación en algunos grandes títulos del cine argentino de las dos última décadas (así lo considero) muy taquilleros: Nueve reinas, de Fabian Bielinsky; El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella; Relatos salvajes, de Damián Szifron, que no plantean una mirada crítica sobre la estafa, la corrupción, el crimen, la venganza por mano propia ni los delitos.
A diferencia de notables films europeos, recomendados por el realizador a su equipo, tales como Europa 51, de Roberto Rossellini, White material, de Claire Denis y El Hijo, de Jean Luc y Pierre Dardenne, esta particular remake de Santiago Mitre elude toda referencia a la ambigüedad de pensamientos de la protagonista para reafirmar lo que es una única e irrevocable conducta y reafirmación inmediata, de explícito rango individualista; siendo ahora, ella misma, la dadora y garante del Perdón.