Hacer una remake en la Argentina no es cosa fácil, especialmente cuando nuestro acervo cinematográfico está descuidado, destrozado o directamente perdido. El film original de Daniel Tinayre donde una maestra (entonces Mirtha Legrand) era violada por una patota -integrada por sus propios alumnos-, era entonces un melodrama que iba más allá del contexto social de su época. Santiago Mitre, después de su brillante El estudiante, intenta en parte ese camino y, en parte, el opuesto. Por una parte, narra la historia de esta nueva maestra en un ambiente desfavorecido con la convicción de que la ficción vale por sí misma (y por la gigantesca Dolores Fonzi). Por el otro, no puede eludir que este mundo es diferente del de 1959, y que el trabajo social no se ve de la misma manera que entonces, que todo se ha vuelto mucho más difuso y discutible salvo la violencia que sufre la protagonista. Es entonces donde la película, narrativamente concisa, bascula un poco, tantea caminos y a veces se atasca. Pero, repitamos, está Fonzi que empuja hacia adelante la historia con la fuerza de una locomotora.